martes, 25 de marzo de 2014

Pausa

Llegó a mí un aleteo frío como de aura débil y doliente,
y fue la estrella más niña
la que durmió junto a mi corazón.

domingo, 23 de marzo de 2014

Antonimia

¿A qué mañana corresponden mis latidos?
Veo mi calavera en el agua del lavabo,
mirándome perdidos sus huesos tras el fino límite
de la humedad.
Se expanden las células.
Las noto descoser sus cabezas de mis órganos
y saltan;
saltan al vacío de mi sangre sin remedio.
Las células me hablan desde su hogar
incrustado ahora en un parasol negro
de mi cuello.
Así que tendré que vomitar
con el caos sujetando mi estómago
para que él no se rompa,
para aguantar una pulsación más.
Es el latido un dolor del alma
que muerde,

pero yo lo amo a pesar de sus puñales.

sábado, 22 de marzo de 2014

La voz

Oigo el hueco que llama.
La carne es solo una flor.
La carne es solo la garra.
No pienses en la evanescencia que guardan tus costillas,
sigue acariciando
cuerpo a cuerpo.
Ya puede verse la luz reflejada en la sombra.
Ya son ambas partes de un cuerpo,
de un planeta que emerge desde el sudor.
En un desierto está construida la noche.
La noche de suave violencia.

¿Oyes su hueco y su voz de árbol muerto?

Toco mi vientre con mi mano
y lo noto vacío.
Lo escucho sin sentirlo
con el tacto entumecido por el miedo.
¿Ya no tengo venas que palpiten dentro de mi sombra?

Simbiosis

Baño mi garganta con tu sangre
porque quiero nacer una vez más.
Una vez más impregnar mis cristales con tu aliento,
arrancar las hierbas del campo muerto.
Renacernos.
Con alas.
Volar.
Tu sangre baila para mí cada noche.
Yo la llamo bajo al oído.
Me responde con el eco de su noche roja,
espesa,
brillante.
Déjame adentrarme en tus huesos,
recubrir mi espalda con tu médula,
lamer tus tendones.
Tu sangre y mis manos.
Tu corazón entre mis pupilas.

Ahora somos la metamorfosis del Amor.

Ya no creo

Jamás pisé tu Luna de trigo.
Mantuve mis alas cerradas,
acumulando la mugre de mis miedos en tripas afiladas.
Quise abrazar tus poros,
pero la luz cegó mis entrañas.
Intenté no unir mis pechos en una sola sílaba,
no dejar escapar al Amor
por entre las dunas de mi lengua.

Una incisión ahora y...

Necesito que me ardas con tu agua dulce de verde forma
porque por los ojos se me escapan las mentiras,
las fingidas maneras que esconden toda la brutalidad primigenia.
Apretar el aire entre dos figuras
y retorcerlo en el punto álgido hasta hacerlo
curvilíneo.
Saltar sobre la herida y lamerla,
recubrirla hasta lograr hundir su silueta en la carne rosada
desprovista de cruces.
Las astillas en las uñas.
Las uñas en la Palabra.
La Palabra saliendo lenta de tu boca,
hacia mí.

No es posible creer ya en el silencio.

La hora del desayuno

Llega a mí el olor a muerte.
Llega a mí el sabor de lo oculto bajo la infancia.
Es crudo el cuerpo del caracol porque su cáscara
no lo protege de sí mismo.
Jugábamos a coleccionar insectos, clavando sus respiraciones
en un haz de luz,
mientras ellos nos hablaban de su planeta:
un tumulto de estómagos por comer
todos vestidos de ceniza.
Elegimos no devorar sus palabras.
Elegimos dejar paso al mar mudo,
al mar negro,
al mar eterno.
Llega a mí el olor a muerte.

Emana de mí.

Tu código de barras

Allí, tapada la cabeza con el brazo de la podredumbre afectiva,
se esconde el hálito.
Busca, huele el campo, esnifa cada pétalo,
en cada amapola una huella eterna,
mancha el tallo con el barro,
hazlo sucio.

Has de encontrar tu Nombre.


Has de separar el Animal de ti.

Infartos cerebrales

Yo tuve delante un hilo de fina respiración,
colgando todo su cuerpo en el suspiro
de la cama enferma.

La cama llena de sábanas mojadas por la vida que ya
no dormía.
La cama encogida en su sordo latido.
Con sábanas como la piel herida
rota
desgajada.
Las persianas ciegas.
La lámpara habitada por enanos de labios cosidos.

Yo tuve delante un torso momificado
que miraba más allá de las palabras,
traspasando mi cosmos lentamente
(haciéndolo líquido y volátil)

con un lirio mudo entre los párpados.

Huesos de cristal

Como si mi cuerpo se ablandara
hasta nacer un arpón de lengua
que envolviera toda la duda en su nido de sal.
Como una solapa metálica yerma de ojos
rozando cada esquina con la frente febril
de la fe.
Así mi cama de espuma que llora
como el animal que llevo dentro,
como el hambre que come de mi cuello
para volverse luego del revés.
Así toda yo limitada por la piel,
esquiva la palabra de un roce aún niño,
un silencio que no llega a terminar de romperse.
Es un grito.
Es un llanto.
Amargo.
Cerrar los sentidos para caer en la oscuridad.
Esta es la vida pulsada muerta bajo la máscara.
El antifaz ya no.
No...

Naturaleza tardía

La espuma de los ojos no la llora
el Animal.
Una carcasa de hierba seca recubre
el cuerpo
y queda rendida la promesa de un mañana
ante el frío de la línea recta.
Vi bajar a los patos por la charca,
miraron mis manos con hambre,
me abandonaron como lo harán los hijos que nunca tendré.
Era el sol un puñado de semillas lascivas,
luego el viento...
La lágrima que derramé tenía su silueta encerrada
por el vacío del mar.
La carcasa era la Grieta.
El Animal durmió sobre mí
con un cielo de claveles naciendo de su pecho.

sábado, 15 de marzo de 2014

Noche de cacería

Buscó dentro de mí su recuerdo de flor amarga,
hurgando entre mis costillas con pinzas de luna llena;
repletas sus sombras de atardecer.
El rastro que dejó la huella en mi cromosoma alteró el instrumento
y el contenido solo fue el aullido de mi olvido;
el insalvable hueco entre dos almas
ladraba mientras nosotros huíamos.
Nunca supimos si el cielo llegó a acariciar nuestros pies
antes de que los lobos anidaran en el interior.
El símbolo de luz bajo la X durmió.

Pero sobrevivieron los ojos más verdes y de ellos
nacieron dos narcisos.

martes, 11 de marzo de 2014

Instinto

En la esquina un perro me mira con mis ojos,
abandonando a la noche en su frío lomo oxidado.
Sonríe si vuelvo mi espalda hacia él,
puedo sentir en la nuca su aliento de carne.
La silueta dibujando una pared de cera,
un muro llameante de costillas y arterias,
induce a la crispación de mi sistema nervioso.
El infarto reinó cuando el salón quedó repleto de huéspedes:
aquellos que son todos los fantasmas que habité
con ojos de perro
una noche de metal,
y yo yazgo sin iris con una mancha de tibio amanecer
escarlata
en las sienes.

lunes, 10 de marzo de 2014

XXI ergo Cementerio

La arruga de orquídea en mi párpado
no se riega
pues las heces de España quieren congelar mi piel.
Mi piel de aparente impermeabilidad amarga
como un sapo fuera de la charca,
como una oca sin dado,
que cruje en la explosión de uranio de todas las pupilas.
"Tiro, tiro por el oro entre mis costillas", dicen.
Yo espeto que la espada se hunde en la carne y
fragmentará a todo ser
aunque no se sepa siendo sin reflejo.
Ya no veo más allá del trigo en la espalda de la Identidad,
su contorno árido en mi pecho,
la hoz sonriéndole a mi llegada.
Aguanto mi asfixia cuando camino entre la sal.
Soporto en mis cervicales las rectas tangentes
del rey de los ajos y las cebollas.
"Pero no, no tiraremos hasta que mueras", rectifican.
Entonces transformaríame mi sombra en orquídea
para supurar montículos de costras
en sus párpados;
nunca más en los míos.

sábado, 8 de marzo de 2014

Arbolada figura de trigo y espina
que sumía en el boceto a los peces,
así el primer precipicio de mi cuerpo.
Donde mundos de arena quedaban cerca de las manos
en aquellas noches lunares como ojos incesantes,
en la pupila una promesa,
en la lengua la daga;
allí la caída.
Fue una gaviota el beso, lanzado en picado
hacia una superficie ajena a la nada;
la niebla construyó el eco.
Pero bravías las olas que aclamaron desde dentro
partiendo un suspiro en dos latidos.
Ahora ya no se existe.

viernes, 7 de marzo de 2014

Anticristo

Todavía quema mi frente la gota infectada de bautismo.
Es una cárcel en llamas mi piel
bajo el tacto pétreo de dios,
de todos los Hombres que son buitres anidando en mis globos oculares,
de cada pulga devorando la podredumbre.
Veo siluetas encorvadas con grises vestimentas
reír ante la Humanidad misma
y volver a dormir para siempre entre el recuerdo de hierba.
A mí me escuece la herida ya cerrada
pero profunda en la sorda imagen de mi memoria:
una lengua negra de uñas y dientes en el pecho se acercaba
inexorable
a la inocencia.
¿Dónde están los cielos prometidos cuando se asfixia al pulmón?
Porque el pulmón tiene ya barrotes en su camino
y la locura está a punto de anidar

                                                [en mi frente.

Canibalismo

Son las almas ajenas las que adora comer.
Uniendo piel y roja carne con el afluente empapado del sudor,
marcando surcos en la fiebre,
supurando hálito desierto de hogar.
Mar de faldas incandescentes,
llamaradas de siglos entre vegetales hinchados por la atrofia
que surgen como labios pulidos a cielo abierto
hacia el interior de las pesadillas;
así todas las uñas formando fila ante las presas permisivas.
Las cloacas esperando sin metal
el tacto descolorido de los ángeles,
una breve pausa entre la cáscara y la vida
prometiendo la cama caliente del hielo
al final.
Los dientes dejan la marca
antes de retirarse.
Vuelven.
Aquel ritmo escondido entre el humo de raíces turgentes,
todo color naranja la superficie de su epidermis
como esperando ser bebida eternamente;
en la memoria quedarán.
Nada podría interrumpir el ladrido de la Tierra
ahora que está devorándose a sí misma.

Pretérito del Ser

Hubo un Cuándo en el que todo era sueño.
La voluptuosidad de los susurros como racimos de luz
que amalgamaban sus cinturas con las sombras ya muertas.
Una crisálida y la mirada melancólica a sus hermanas
en las ramas de los árboles, lejanas como brazos.
Era el viento un manantial empapado de cuervos
girando sus tuercas hacia mí
con el cuello erguido de noche.

Fuego. Fuego en los tejados. Niebla. Cuándo.

Ahora un gato duerme panza arriba
arañando su pelaje con garras de marfil y rosa.
Queda a solas la mano de mi Yo humano con la tierra yerma,
una pisada de deseo fundido en el regazo del olvido
y el cálido abrazo del rugido embotellado.

miércoles, 5 de marzo de 2014

El jardín

Las rosas son dientes que acechan la huella.
Diminutos cosmos enlazados a la humedad
de una tierra sin nombre.
Son como costillas de barro,
huérfanas.
Nosotros las miramos desde abajo,
pues no queda gravedad en la retina
y hace frío con los pies descalzos.
Nosotros las miramos con las manos como espinas
y las espinas como respuestas sangrantes de un cielo ya lejano.
Tenemos miedo.
Nos tapamos el rostro,
ese hueco en el norte del cuerpo que se retuerce sin gemir
si lo abandonas.
Acurrucamos la duda en el regazo y esperamos.
Sentados.
Un final.
Pero las rosas tienen hambre
y nosotros somos la carne.

domingo, 2 de marzo de 2014

7 vidas no vividas.

Nada habitó en mí salvo un zumbido,
el rastro del Nombre,
la eterna fisura conmigo misma para con mi sombra.
Humo pisaron mis pies excepto la grava,
el húmedo barrizal de palabras,
la volátil alma y el pájaro ajeno.
La mano golpeando mi pecho
con el mar llamando al Nombre,
entrando en él como un ciervo corriendo hacia el fuego:
duros los huesos pero inocente la
carne.
Sal fue aquello no sentido.
Huella no quedó en el asfalto huérfano de rosas.
Estupor que no tembló de amor ni de frío
en el reflejo.
Es un laberinto mi cráneo
y su contenido me enreda la garganta.
Solo existe la hierba alta que crece sin permiso,
el mármol que encierra el aliento,
el breve recuerdo de una ola con dientes de carnero
(la tierra
los guijarros
mi cuerpo).

Nada habitó en mí salvo un zumbido
que era el eco de mi sexto corazón.