lunes, 24 de febrero de 2014

Pequeña y dulce la espina

La maceta tiene ojitos, mamá;
no duerme.
Sus hojas tientan la luz con manos inseguras
pero el cielo está ausente y no quiere jugar.
La maceta tiene cara de ovejita, mamá;
yo no puedo regarla ya.
Tiene un vestido de sombra que cubre la pelusa de su tallo,
parece que dice algo;
no la oigo desde aquí.
Me acarician sus brazos cuando le hablo
y gime bajo si aprieto mi aire en torno a su cuello.
Creo que al fin se durmió, mamá.

Marzo

Empiezo a pensar que la cama es boca ajena
Con labios brillantes por la saliva de mi cuerpo
Con la piel estirada con el hambre primitivo de la carne fresca.
Penetro su interior buscando bombas
Tocando su lengua con los pies
Tocando sus dientes con el olvido.
No recuerdo cuál fue la última vez
Que guié mis pasos hacia otra orilla
Y era la noche
Pero mis ojos quedaron en la cama de la boca ajena de los labios y la lengua
Todo fue bruma
Todo fue calma
Hasta que las sábanas colisionaron con el espejo.

martes, 18 de febrero de 2014

La sombra esquiva que siempre irá conmigo: mi ciudad.

Su entrepierna huele a iglesia hecha cenizas.
Bajo la tentación de una estrella,
una princesa asomaba la cabeza por su útero:
no había oro.
Un suave murmullo de hoja aclaraba los estómagos
vacíos
que atravesaban el cuerpo entero del asfalto.
Su piel era asfalto.
El río, sus manos.
No me mires con esos ojos de vaca hueca
desportillada
polvorienta
o tendré que matarme,
le dije una noche.
La misma noche que sus cloacas rebosaron.
La misma noche que su cuello se hizo duna
y después inclinación,
despedida;
y la vi lejana dentro de mí
aunque fuera yo su contenido.
Recuerdo que en su espalda llevaba una huella verde
verde como la sangre que contenía,
y en una de sus hondonadas, un pavo real de trigo.
La princesa se perdió por las esquinas de su casco
antiguo
retorcido
sigiloso,
serpiente.
La princesa ya no tenía lengua,
era Luna vista tras el espíritu de sus sombras
era Sol atrapado dentro de las almenas.
Sus muros derruidos atraparon mi vientre
y me dijeron
que nunca
jamás
volvería a correr;
que siempre
repito siempre
quedarían sus restos apelmazados en mi regazo.
Mi entrepierna olía a fuego,
ya no había vuelta

atrás: yo era el dragón.

domingo, 16 de febrero de 2014

Retrato de la Envidia

Estaba yo aguardando un indicio de tormenta en mí.
Crujían mis huesos como los mástiles habitados por polillas.
Se hinchaban mis músculos con la sangre de los días muertos
y las noches llenas de abismo.
Mi cosmos era el caos.
Miré hacia dentro.
Tenía yo una pequeña ventana en la garganta
en cuyo alféizar anidaban las fieras ocultas.
Tenía yo todo un enjambre de balcones en el pecho,
esperando ver su reflejo en los espejos de los Otros.
De repente, un par de ojos despistaron la honda soledad
de quien contempla a ciegas:
aferrado a las telarañas,
con una pata en el centro de mi interrogación
y otra en mi cabellera,
estaba un pájaro escudriñando entre mis cenizas.
Mis cenizas, lo único que poseo.
Sus sucias plumas.
Sus patas de alfiler quemado.
Su pico torcido.
Sus ojos inquietos.
Su cuerpo diminuto de punto final.
Su delicioso cuello aún entero.

Estaba yo aguardando un indicio de tormenta en mí.
Las pisadas de los glaciares aumentaron el nivel del mar
tras el vuelo del pájaro;
de aquel pájaro que ignoraba que sí tenía jaula:

era el cielo.

jueves, 13 de febrero de 2014

Se retuerce y abre la boca, salen de ella aquellos cuervos que se comieron mis ojos

Bebo de la ciudad.
Bebo del dolor.
Sus hijos muertos me miran
buscando en mí el Padre que jamás atraparán con sus dulces garras.
Llega a mi estómago el líquido tóxico de las balas.
Sabor a muerte
a sangre
a harapos de carne.
Bebo de la ciudad y su sexo está poseído
por barcos a la deriva,
en un puerto donde el olvido
es el punto de partida.
Oteo en el horizonte un baño de negras fisuras,
negras fisuras frías y ajenas
con apetito de vida.
Siguen buscándome los retoños que cayeron
sobre los girasoles.
Bebo de la ciudad
y la boca me rezuma espuma grisácea.
Ahora la marea soy yo
y mis piernas no alcanzan a sentirme.
Voy tentando las rocas del fondo con la lengua.
Voy tocando las burbujas de aire
con la esperanza marchita de los peces.
En una orilla ya no caben todas las huellas.

Bebo del dolor.

domingo, 9 de febrero de 2014

Retroceder

Ahora ya no viviremos en la sed producida
por un mar de espigas.
El ayer quedó barrido de nuestras frentes,
la pulcritud máxima de un corte
sin huella animal ni humana.
Desnudos.
Con el hoy temblando de vida encima de nuestras espaldas.
Siente cómo se amalgama la respiración
con la hierba que nos tira hacia abajo:
quiere la tierra que sangremos con ella,

quiere la tierra que nazcamos de ella. 
Cada vez que el águila arranca un cordero del vientre de la oveja
el fuego que habita en el silencio

apaga sus pestañas.

Derruidos

Quisimos otear nuestros órganos,
sacarles brillo entre tanta huella premonitoria.
Recogimos lirios con rastro de ceniza
humana
sonido de pies descalzos encerrados por la sed.
Trazamos en nuestras palmas la llama viva de un  recuerdo
y no soplamos los restos
hasta que se consumió nuestra identidad marchita.
Fuimos los testigos del alzamiento de ciudades dentro de nuestras vísceras
azules
como el cráneo de un recién nacido.
Plantamos la semilla de la utopía
pero no esperamos a que floreciera,
gritando quedo un dolor en los músculos
rojizos
vibrantes.
Tuvimos en el interior fronteras.
Tan herméticos fuimos como nuestras pupilas frente al hielo.
Quisimos otear nuestros órganos
cuando ya
no nos pertenecerían
nunca más.

El rostro también es agua

Fue el pez el que saltó a nuestra boca.
Besó la garganta ansiosa con aliento de sal,
dejando las escamas de su vida
entre las manos que le tendimos.
Quedamos inexpresivos
ante el animal que nos hablaba
en el lenguaje del sexo;
quizá sea así como se debe amar:
pisando la rivera de un río bravo.
Fue el pez el único
que sobrevivió

a la palabra.
Voy a coser las alas de todos los pájaros
para que cuando vuelen
sepan del dolor de las cometas:
frágiles sus huesos al tocar

el viento que las mece.

Extraer la huella

Ser
y
Estar
aquí a la hora de mi aullido no sería elección
Ver las sombras bailando unidas de las manos insaciables sedientas
de carne húmeda antes de la Nada
Girar mi cuerpo
(aún el mío)
conforme copulara conmigo el instinto para lamerme las rodillas
Pedir limosna de luz a los árboles
mirando todos ellos sobre mi nuca
adivinando mi naturaleza muerta
Es extraño no coserme las heridas cuando sangro tanta leche amarga
Queda apelmazado en mí el aullido lento de los otros
(ya no mío)
que abre los pulmones del viento
y lo mece con sus pupilas frías
ausentes
lejanas
Aquí
no hay
Quién

Soy un potro muerto, ¿no me oyes relinchar?

sábado, 8 de febrero de 2014

Vencibles

Cuando el vacío es piel húmeda
se levanta la escarcha de su letargo
aunando litros de pupilas
a medio camino entre
La mitad justa es una curva envolviendo una mano
sola
despojo
leche  que nace muerta
No queda hueco para tanto
Cuando el vacío es piel seca
se levanta el hastío de su sopor
diseminando por la espalda de las ciudades
un río de palabras
dormidas
inconscientes
mudas
a medio camino entre
No encuentro la medida porque el cielo es una cúpula vedada

El falso testimonio de los pájaros nos convenció

Estetoscopio

Y entonces lo vi.
Vi el ardor nuestro entre esas fieras
que bailaban lejos.
Vi la ausencia llorando por ríos de tinta
y apoyar la cabeza en las sábanas ajenas.
Vi la cúpula azul cubierta de flores,
de flores azules,
camuflando la herida bajo espinas.
Ya era tarde para abrir al ayer por el centro,
sacar su corazón
e intentar consolarlo golpeándolo con la lengua.
Vi al Yo encerrado en vestidos de
vacío
de
ausencia
de
.
.
.

Inflexión

No hay espada.
A lo lejos un trino de espuma blanca.
Junto a las rocas el estallido de cráneos de hojalata.
No hay quién.
Encima de la mesilla una voz que me llama "alguien".

No hay.
No hay.
No hay.

¿Existe la piel? ¿Es Sentido el tacto sobre otro tacto que ruge por apagar la humedad;
la humedad desde dentro hacia nada?
Un mar enredado en la mano, en una sola gritando,
riendo a dentelladas.

¿Dónde hay?
Dónde se esconde y no me ladra, y tras la oreja un vendaval, y oculto por mi pelo un tigre que me muerde
que me quiere. Pero yo no siento.

No hay espada para cortar las manos que salen de mi mente
y  descienden lentamente aunque yo
no las piense.
No hay nadie que prenda el silencio con su frío,
con su rastro,
con su centro.
No hay quién porque la respuesta es efímera
es cal
ser sin ser sentida.
¿Existe la piel? ¿Es lo que me abraza un disfraz o mi piel jugando a ser niña de tinta?

No hay.
No hay.

No hay.

Se pierde la espada dentro de pistilos estériles de palabras.
Permanecemos a falsas tientas.