bajo los nardos aceitunados de tus ojos.
entre la espuma de oro derramada por tu espalda,
toda la tuya espalda.
lo que tus venas no bebieron en la cuna
y nazcan de tus dedos las gaviotas más libres
que puedan asesinar a los peces inocentes.
desde las aristas de los sueños,
mientras el balcón se llena de hojas muertas,
muertas como las macetas boca abajo de nuestras manos.
en la silueta del olvido por encima de su vientre,
y lo saludas como se dice adiós a un hermano:
con la mano dejando escapar el aire que aprisiona los recuerdos.
es decir, intento correr lejos de mí misma
y perderme por las calles que susurren tu presencia,
porque ya no quiero más inercia que la de mi gravedad
sobre la tuya
y no sé cómo sostenerla.
no cesa de parpadear por entre sus dedos,
de ahí que ellos levanten mi falda
cada vez que te saco de mi mente
y les muestro tu rostro en mis rodillas.
A los puentes me refiero.
Tienen ese toque amargo como de canela humeante,
rebosantes de utopías y frascos de mariposas que me golpean,
un cóctel que murmura versos y canciones
de sombra y destello;
aún no te he conocido y ya olfateo
tus huellas marcando mi cuello.
como el niño que fuiste,
y te lleve a ver el Sol desde su nuca;
cuentan que si alborotas sus cabellos
te tumba la tormenta de truenos más bella
de toda la ciudad submarina.
de tronco bebido por las orillas del bosque
pero no despierte,
por si al abrir los ojos quiere devorarte
con sus dientes de claveles disecados
y yo no esté junto a ti para que mis pupilas
lo hagan primero.
por las promesas que encadenaron a mi garganta,
en mil hojas de plata,
cortantes y extrovertidas
como las gotas de sal que entran en una herida,
en una llaga que pronuncia tu ausencia;
la clave es el yodo que la cura
a pesar del dolor.
a pesar de los chasquidos de mandíbulas
que hayas sumado, ¿lo sabías?
Supongo que sí,
al fin y al cabo
eres mientras yo
no soy poco a poco.
me llama como repiqueteando la lluvia en mi frente,
una y otra vez,
pero yo sigo aquí,
desgastando lo desgastado en masticar y tragar
un litro de saliva al imaginarte lejano
como ese reloj bailando en tu muñeca cada vez que me mirabas
que merece la pena de muerte.
Las aureolas que se formaban por entre tus rizos
intentaron decírmelo;
fue en vano.
y comieras de mi pecho cada vez
que quisieras abrigarte de lo amargo;
giraste tus pisadas de manecilla
y el viento sorbió mis ansias ya marchitas,
sin embargo.
antes de que yo lo haga,
de lo contrario
tendré que matarla.
deja escozor en los labios y en la punta del recuerdo;
creo que se asemeja a ti.
cuando la vida gire mi espejo
para no verme temblar de celos,
de miedos,
de garras que me interroguen y saquen de mi centro
la estúpida historia del pozo sin suerte.
¿sabías?
Bailando al ritmo de tu iris verde,
verde sangre que por mí circula
creando espirales de huérfano deseo.
al puerto de mis besos
para poder sacudirte, así, todas las anarquías que meza
tu eterna caricia de ángel de fuego.
de tu nebulosa.