sábado, 31 de agosto de 2013

(Re)evolución

Grábame anarquías
en la espalda,
que yo
ya me encargaré
de
luchar
contra todos
tus dragones
dictatoriales.
Quema las pisadas
de los gigantes de
asfalto
con las colillas
de abismos que renacen
de sus propias
tripas.
Ahoga desesperanzas
en agujeros cavados
por orina
aguada.
Arroja cartones
de vid barata
contra cristales opacos
que no reflejan la
misericordia
de corazones sin costillas
por no pecar de
zapatos
sin suelas con firma.
Comienza andaduras
sobre dos piernas
que no sean muelles
que giren
a la deriva
de la incertidumbre.
Destruye escudos
y manecillas,
planta utopías en las carreteras
y,
al ver brotar los tallos,
se te inflame la garganta
de la ingravidez
que invierta la cadena
trófica.
Sé depredado
que depreda
el canibalismo social.

y existe,
no como número
en dedos
sucursales,
sino como alma sin cadenas
con derecho a rozar
cuantos cielos
señale.

poesía.
-Es decir,
inmortal.-

Paradigma

Para salvar las distancias
de la muerte letal,
guardar aviones
bajo la manga
y tirar rosarios astillados
al agua bendita.
Las cargas magnéticas
de nuestros polos
colisionan
como dos versos
separados
por reglones
torcidos
en besos.
El aire es el agujero negro
que absorbe
la materia entre los (a)brazos.
Un tercio huérfano de espuma
es blasfemia sin presión
en la boca.
Y tu cama
sin mis arrugas,
el paradigma
de flores de plástico
empeñadas
en ser
regadas.

Andén

Era demasiado temprano
para llamarla Mañana,
así que decidí
vestirla con una túnica
raída
por donde escapaban
las peonzas
de su cuerpo.
Se iba haciendo
añicos
con cada cucharada de aire
enlatado
en acordes que ardían,
y de su vientre
las mariposas se precipitaban
por inercia
al subterráneo
de sus piernas.
Su lengua no llegaba
puntual
para lamer sus grietas:
el choque de sus palabras
contra las baldosas de su frente
terminaron
la tarea
de descuartizarla.
Por dentro,
era todo relleno
de más,
meras colecciones de cofres
bulímicos
que se retorcían con óxido
en lo inverosímil de
un pozo
con fondo
-como si la quiebra
fuera a supurar
misericordia...-
Nevaba entre sus dedos
y la cúpula de relieves
a vapor
de su cuello
se congeló
en copos de trigo
pisoteado.
"Me desmonto."
"Me dejo."
"Me llevo."
"Me acabo."
Se afirmaba como
sombra
de su pasado.
Se sabía borrada
de contornos
que ajustaran
sus costuras.
Moribunda
con la boca inundada
de maremotos de palabras
aún sepultadas
por el capricho
del tiempo
-siempre apostando
en su contra.-
Los andenes
se sienten más perecederos
cuando los pies
intentan destruirlos
sin zapatos.
Andenes de miradas
que se duermen
sin billete de vuelta.
Solo de ida.
Ida
como ella.
Ella
como yo.
Yo,
mi reflejo.
Mi reflejo
con puñal.
Sangre
y
silencio.

La madera y el sexo

El mobiliario
cruje
por las noches
de placer
al atravesar
la línea que separa
lo real
de lo fantástico.
O lo que viene siendo
lo mismo:
se hacen el amor
con sonidos
escuetos
de pisadas
mojadas
sobre
madera
vencida
por embestidas
de calor
o tiempo.
Gimen en silencio,
para ellas.
Llevan la bandera del sexo
en las astillas.

viernes, 30 de agosto de 2013

Vibración

Entraste en mi pecho
como un elefante por una chatarrería
oxidada:
desmontando los metales
amontonados
en mi corazón
y arrugando cada cristal desprendido
con tus pies descalzos.
Cuando te vi,
supe que vendrías
para hacerme más creyente,
pero no de aquellos que veneran
dioses sacados de la manga,
sino del amor
sin unidades de medida
ni puntos suspensivos
-conquistarán las exclamaciones,
amor.-
Comenzaste a sacar punta
a mis lápices polvorientos
y a mojar en tinta tus labios
para que mis versos
los lamieran
cada día.
Dibujaste las regiones del cielo
del color de tus dedos
al apretar las hojas
de los libros
cuando los lees y crees
que van a evaporarse con el tiempo.
Marcaste con un favorito
mi sonrisa enredada
en laberintos sin salida
y ahora
ya no es yerma
-aunque sí un poco
sucia.-
Rebañaste mis heridas
y bebiste cada lágrima fugitiva
a sorbos
hasta que no quedaron más océanos que
los que se zarandean por
placer.
Te atreviste a
destrozar
mis fronteras con las bombas
de tus pupilas
y plantaste
semillas de amapolas
en mis pálidas mejillas
de mimo sin garganta.
Entraste por mi puerta
atrancada
batiéndote en duelo contra
todos mis dragones.
Yo
no supe si
serías
el amor de alguna de mis vidas
o solo un ángel terrestre
que vino para quedarse
lo justo
como para leerme,
pero tus dedos
corriéndose
por mis rodillas
como hormigas que acuden
al azúcar
y tu voz
aumentando
la longitud de mis alegrías
me confirman
que tu naturaleza
es de
poema
que resucita.
Y es por eso
por lo que cada noche
vibran mis manos
al escribir (te)
                   (me)
                   (nos).

Abstracto

La mermelada
en la piel.
El queso
fresco
en las yemas.
Lienzo tu cuerpo.
Pincel,
el mío.
Arte abstracto
en colchones
de acuarelas.

Abres

Te tienes miedo
porque,
cuando te llueves,
tus ojos son cascadas que
se desploman
sobre las rocas de mi
espalda
y las águilas
no despliegan frente a
ti
sus alas
-por complejo-
al verte
resucitar siempre
al tercer trago
entre mis piernas.

Portazo subliminal

Disonantes
tus pasos
cuando
se alejan
de mi
gramola.

Torrencial

Llueve.
Llueve sobre los tejados
en punta
que empuñan metales
que arrancan pedazos de cielo
que violan la concepción
animal
de la noche.
Llueve sangre negra
de ojos vacíos
de manos vacías
de camas vacías.
Llueve
lento
a mansalva
poco a poco
intensamente.
Las calles se inundan con
el vómito de las alcantarillas.
Los gatos ladran
los perros maúllan
los niños arañan
las madres resoplan.
Sobre muros de ladrillo
que eclipsan árboles
tallados por
orfebres milenarios.
Sobre casas de cartón
y colchones de periódicos.
A ras de la inocencia
el agua llega
y en el cuello
almuerza.
Tenedores.
Cuchillos.
Vuelan las mesas.
Los pies se alzan
inconscientes
con una procesión infernal
que recuerda el levitar
de los hilos
de telarañas
desahuciadas.
A la deriva
las arañas interpretan
el blues de los ahogados
y los faros
tienen miedo de alumbrar
cabezas de aguja.
Llueve sobre mojado.
Llueven peces
que rebotan
y se difuminan con los
llantos.
Llueve pólvora,
llueve cristal,
llueve lava fundida,
rocas huérfanas
de metacrilato.
Las pupilas escanean las aceras
en busca y captura
de almas sin pena.
Doblan las esquinas
retuercen farolas
desmigajan a los lobos
que se asoman
de reojo.
Solo hayan hogares
de habitaciones húmedas
de frigoríficos hambrientos
de sábanas descosidas
de zapatos sin brillo
de telas destripadas
por los sillones huecos.
Se vuelven las cuencas
y se apagan
con el ruido
de sirenas que escalan
montañas.
Llueve dinero con capas,
cifras distorsionadas,
putas malheridas,
niñatos de la banca,
saliva de presidiario
con corbata.
Llueve ignorancia,
cadenas,
desigualdad,
mafia.
Llueve.
Llueve.
Llueve.
Mientras,
la esperanza se echa la soga
al cuello
y los sueños
roen
los restos
de pan seco.

Si me dejas

Si me dejas
podría trazar lunas infinitas
en tu espalda
para que fueran satélites
de mi alma.
Bajar el cielo junto a los
charcos
y que, cuando los pisaras,
las estrellas crujieran
al verte sonreír.
Abrir las puertas
de todas las jaulas
y liberar cadenas
ahora aladas.
Aguar las témperas de mi lengua
con tus lágrimas
cuando lloras de alegría
-siempre dulces, amor.-
Desgajar naranjas mecánicas
engrasar cuerdas tensadas
hacer que el motor del Sol
se apague
si tu piel
lo reclama.
Si me dejas
podría interpretar
preludios de noches eternas
en tu pecho,
y con tus manos
derretir el hielo de este
mundo
cada vez menos
humano.
Asesinar todos los lunes
con domingos a mediodía
y coleccionar
sábados al atardecer
en frascos de cristal
pintados
con tus besos.
Si me dejas
voy a reventar todas las
gotas de lluvia
para que de las nubes
nazcan arcoiris
que desemboquen
en nuestra
cama.
Que el amor nos haga
sobre el aire
y se empape con nuestro
diluvio,
destruir raíces de cicatrices
incrustadas
en piernas
con huellas
de tormentas pasadas.
Si me dejas...

Ceguera momentánea

Espasmos de metacrilato
nacen de tus uñas
cuando arañan los espejos
que te reflejan
con filtros.
Gamas que se te columpian
del cabello
y degradan la lumínica
sonrisa
de vapor concentrado.
Una película semitransparente
envuelve tu esencia
y la empequeñece en
partículas
flotantes.
En suspensión por las
corrientes
de aire contaminado
cabalgan los átomos
que liberas de tus manos,
y en punta
se tornan tus células
cuando las aprietas.
Jugo gástrico
con empeño de extinguirse
cruzando las calles
en semáforo rojo,
ese es tu escudo.
Promesas de humo
se escapan de tus labios
y se asfixian tus ojos
con la densidad de los
fracasos.
"Ceguera momentánea provocada
por el virus de un
autoanálisis
con saña",
dijo su autoestima
mientras su corazón
se precipitaba a las cañerías
tras haber tirado
de la cisterna.

jueves, 29 de agosto de 2013

Cristalinos

Luz que albergan tus ojos,
comparable
solo
con la energía que libera
una estrella
al morir.
Cauce de galaxias
socavado por miradas como
espadas
afiladas
de hojas que resucitan.
Cauce hondo,
revelador,
aguado por
enjambres evolutivos
cunas de la humanidad:
razón de la existencia
son.
Tus ojos son el punto final
jamás suspensivo
que sostienen en corcheas
la fragancia de la
vida en sonrisas
-es decir,
de la vida eterna.-
En iris con sabor
a castañas
se expanden e invaden
la tierra con un ejército
de besos en el alma,
hipnotizando
a víboras
de tinta.
Enteras
las noches
en vela
por ver tus párpados extendidos
como pétalos bañados
por el rocío,
como orillas que lamen
las penas
del mar,
como dos alas
reducidas
a lo infinito de tu ser.
Miras
y el mundo se compacta
en tus pupilas,
como si por observarlo
tú lo crearas.
De fantasías trapecistas
están dibujadas tus pestañas
que revolotean por tu rostro
sin guerras
ni almohadas,
intentando encontrar preguntas
para tus múltiples respuestas.
Conversos a tu religión
se proclamarían
los espejos
por tenerte
siempre
dentro,
y de rodillas
el amanecer se pondría
para empaparse los dedos
con un suspiro de tus
reojos
aguja.
La tierra podría combustionar
si lo desearas
-y lo sabes-,
los peces podrían ser terrestres
si los recogieras
bajo tus retinas
de escamas plateadas
-y lo sé.-
Yo me río
de aquellos que aún creen
en el Génesis.
Pobres ilusos,
no alcanzan a sentir en sus fibras
mal engranadas
que son prisioneros de tu mirar
barrotes de centeno
esposas de miel.
Una mera ensoñación
tejida a su medida
aunque, a veces,
la imaginación
se le escape por los lagrimales.

Guerras silenciosas


En penumbra

El cuerpo de medio lado
tumbado
indefenso
brilla por la luz
que se deja caer
por las rendijas
de pestañeos laterales.
Escapan las manos de la tierra
cabalgando entre el cielo
y el fuego.
Suspensión
sobre el aire los brazos
algodonados,
orfebres que forjan
arabescos
en mejillas silvestres.
Pistilos que se arrojan
al vacío del vientre
ascienden
estallan
con el oleaje de aguas en escarcha.
Colibríes
abejas
polinizan yemas que se retuercen
como laberintos
indescifrables roces
de telas holgadas.
Distorsión de garganta,
flauta oculta
sendero despejado
río abajo.
Sucinta barba
espigas en ella se mantienen
entre amapolas,
sus labios.
Siseos de dientes
que se redondean con los
suspiros
inocentes
frágiles
cristal.
Latidos inexpresivos
que se ocultan de la escena
en mitad del pecho
callado
y goteado.
Se refrigera la cabeza,
alfiler contorsionista
con botón de nácar
que gira
cuando se abrocha.
Circuitos eléctricos en ella
florecen y se activan,
alerta felina,
para saltar si se precisa
con piernas
muelles
enroscados
a la deriva.
La frente es una pista de hielo
fundido
cuando se besa
con boca despistada,
calma.
Comisuras como breves comillas
que enmarcan
una cita imborrable,
gestos
suaves
de luna llena.
Retinas empapadas por
lagrimales sedados
se inquietan en cuencas sedientas,
rebotan en el sueño
como canicas.
Un conducto,
bóveda de porcelana,
erecto:
nariz inservible
en reposo,
la boca roba protagonismo.
Filtración de inspiraciones
códigos cifrados,
expiraciones.
Plantas de pies
reclaman riego
cuando el sol
abrasa el trigo.
Escozor en el inconsciente.
Se cierran ventanas.
Apertura de compuertas.
Resucita el inerte
de su ensueño
perdido.
Buenos
días.

Enfrascados

Si fueras más carne
y yo menos hueso,
las indigestiones estomacales
provocadas por mariposas kamikazes
solo serían pequeñas úlceras
en órganos marchitos
y pieles descosidas.
Si fueras más carne
y yo menos hueso,
seríamos lo (in)verso
a improporcionales besos
que ruedan por lenguas
enredadas entre sí mismas.
Cárcel en la boca,
crematorio en la garganta,
barrotes en las manos,
balas en los ojos.
Un gueto en las costillas
y el delito
en la piel.
Si fueras más carne
y yo menos hueso,
lograríamos arrancar
de cuajo
las cabezas de todos los usureros,
farsantes,
miedos,
y arrojarlas
a las cloacas.
Podríamos ser
delincuentes a la fuga
que se sienten fugitivos de ellos mismos,
siempre escapando de las sombras
que se ciernen
sobre espaldas de cal.
Si fueras más carne
y yo menos hueso,
nos sentaríamos
en
la
silla
eléctrica
para
derretirla
y guardar los restos
del crimen
en cajas
de hierro forjado
con nuestros dientes,
que muerden
para no sentir más
que presentres oxidados,
como la sangre
que se coagula
con el fuego
en cada latido a destiempo.
Asesinos convictos
seremos
hasta que
por amor al cuchillo
decidamos hundírnoslo
en lo cóncavo
del pecho.
Entonces,
solo cenizas,
polvo,
viruta,
migajas.
Sobras raídas
de pasiones
enfrascadas.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Compradores compulsivos

Nos vendieron la vida sin garantías
para no admitir devoluciones
a deshoras.
Con miedos,
peligros,
monstruos,
destellos,
distorsiones,
dudas.
Extras en oferta
creados para disminuir
la cantidad global de endorfinas
en el cuerpo,
envueltos todos
en áspero papel de regalo.
Nos prometieron cascadas
y nos dieron arena.
Vinagre para las heridas
en lugar de agua oxigenada.
Escozor y frustración
en un pack 2x1,
IVA no incluido.
Nosotros,
compradores compulsivos
y esclavos del capitalismo,
aceptamos el trato.
Nos hipotecamos con nuestra sangre,
firmamos en gotas de sudor,
marcamos todas las casillas
con una cruz sobre nuestros hombros
y permitimos una modalidad de pago
a plazo fijo con altos intereses.
Nos descontaron las ganas
por cada segundo
y añadieron trampas para ratones.
Pero justo antes de la entrega,
el paquete al completo convulsionó
dentro de su propio embalaje
y se transformó
en un saco de cal pura.
Pagamos en efectivo y
con antelación:
ahora solo tenemos
un manual de instrucciones
con tendencias suicidas.

(Des)encuentro

Yo no era nada más
que una carta perdida en correos
con complejo de ser devuelta
sin leerse.
Un puzzle sin piezas que buscaba
un tablero
sobre el que descansar la cabeza.
Libreta sin palabras
y tierra de nadie,
ni si quiera
de mí misma.
Deambulaba por las calles agrietadas
de Sevilla
como esos caballos que tiran de carros:
sin atarme las riendas a mis pasos
y con los hombros hundidos por
capricho de la gravedad.
Jugaba conmigo el presente
con la baraja marcada
y yo perdía mis horizontes
en sus trucos desgastados.
Sedienta siempre
de luces que incendiaran
las sombras que vestían mi cuerpo.
De esa manera
existía.
Pero un día,
me topé de bruces
con otro cuerpo cometa.
Era una tarde
en la que los naranjos lloraban pétalos
desgajados
y suicidas,
y el viento zarandeaba mi falda
con intención de robarla.
Mientras mis manos cosían
las heridas de mi piel
con armadura,
te asomaste por una esquina de mis ojos
y la doblaste
hasta crear una nebulosa purpúrea.
Giraban las estrellas dentro de
mis párpados
y de tus labios colgaban besos
reservados
para futuras despedidas.
Era jueves.
Jueves disfrazado de
domingo al alba
entre sábanas sudadas.
Tu abrigo dibujaba las líneas
curvas
de tus músculos
y el jersey se te asomaba
tímido
por las solapas sin barrotes
de tus botones.
Quise desnudarte las miradas
cuando pasaste rozando
mi burbuja,
con sonrisa animal
y alas escondidas
en tu lengua.
Quise moldear tu cintura
a prueba de balas
y unirme a ti en la ca(l)ma
de tu pecho.
Prenderte
prenderme
prendernos
en
llamas
utópicas.
Bajarte todas tus cremalleras
y adoptar tu corazón
en volandas
para que pudiera iluminar,
cada madrugada,
a los cuerpos lánguidos
de entrepiernas olvidadas.
Pero mis botas de agua
llovieron por dentro
lava
y mis pies hirvieron en silencio,
dejándote escapar
como abandona una historia a su final:
algodonado en puntos suspensivos.
Así fue
cómo supe
que los charcos de agua
también pueden ser manantiales
si te atreves a beberlos
en mitad del desierto.
Eso,
y que nadaría contra todas las corrientes
enfrascando cada roca en mi cuello,
si hubiera convencido al valor
para que me permitiera volver
y lanzar contra tus ventanas
mis piedras,
y que asomaras la sonrisa
al verme desnuda
sin más ropa
que la que podamos arrancarnos
con los dientes empapados.

Infancia condenada

Los caminos que conducen a Roma se pierden
jugando a ser niños con piernas
tatuadas de sin fronteras.
Se calman las trincheras con el rebotar
de balones en las paredes afiladas
con garras sucursales.
Y las bombas son pompas de jabón
que nacen en bañeras
oxidadas de risas.
En columpios se mece la esperanza
por la inocencia legítima
mientras ve
cómo caen las hojas en los cabellos
cortos y enredados
del suelo.
Un suelo contaminado de corazones
amarillos
y pulmones de
grafito,
que se viste de carcajadas raídas
por no llorar sangre.
Los niños corretean por calles
de gris desamparo
y terrazas con macetas
de flores en pena.
Los adultos aguardan,
intentando descifrar el misterio
de vivir solo con
oxígeno calcinado.
Un campo sin hierba
sacude sus ramas raquíticas sobre
su cabeza,
llamando a manitas delgadas
acabadas en ensoñaciones.
Les ofrece sus tripas calvas,
los racimos podridos,
el brillo empolvado de sus copas,
el llanto de sus hadas
de alas sesgadas.
Y los niños continúan
riendo,
confundiendo astillas con orquillas,
pistolas con muñecas,
metralla con tiza,
realidad con fantasía.
Los biberones se llenan de nanas
ahogadas
sobre camas sin colchón.
A lo lejos,
las pisadas de los gigantes amenaza
con podar almas encendidas
por velas dobladas.
A lo lejos...
A lo lejos...
A lo lejos...
Duermen ya los pequeños
sobre la Luna.

Labios cosidos

Ruedan los cascabeles por
los hombros de los grillos.
La Luna suda hiel
y el aire
asfixia.
Golpear fuerte un papel contra
el vacío y
llenarlo de letras
negras
(Times New Roman. 12),
con la esperanza infantil
de poner a la atmósfera
a favor.
Manos apretadas en cinturas
que hacen mortales
por neblina de besos.
A la orilla del río
los cristales impuntuales de botellines
cortan pieles
desprovistas de futuros.
Los perros sin collar
ni amo
dan palos de cielo entre la bruma
de gente
que se aglutina ante
un mimo.
Se ríen de su cara
cambiante
como una veleta
en mitad de la tempestad.
De su cuerpo de gelatina
en colores neutros.
De cerca
el sudor le hace mella
en la frente y las mejillas,
llorando lágrimas blancas y negras
de sangre corrosiva.
Su gorra en la acera
se ríe de su sombra fatigada
que espera la bondad ajena.
Recibe aplausos sordos
que retumban en retratos huecos
de su memoria:
siempre en brazos fuertes
que acurrucaban en invierno.
Ahora
es una salamandra que persigue
el frío
en monedas que desemboquen
en su tocado raído.
(Ni las polillas tienen ya piedad).
Agujereadas están las noches
plomizas en verano,
cuyos vientres dan a luz a anónimos
que desfilan por muros de piedra
ignorando la vida.
El mimo interrumpe su actuación.
"¡Que sonría primero
el que esté libre
de pecados!",
dijo.
Silencio embotellado.
Ahora todos
son mudos.

martes, 27 de agosto de 2013

Necesidad de desenredar(me)

Urgente.
Poeta desamparada necesita
cama de versos a medianoche
y almohada que recite,
en mitad del éxtasis,
estrofas empapadas
de sudores con rima.
A cambio de los servicios prestados
se ofrece un cuerpo
de tinta imborrable
y labios
de rojo Pure Color
número 69.

Corderos

Fuera del campo de batalla
las granadas de mano
estallan en licores ácidos
para el corazón,
y las bombas
son secunderos
que parpadean como colibríes
alrededor de las dunas
de vapor.
Las metralletas se enamoran de
los tanques
y los fusiles
son rosales
con espinas.
Las abejas beben del brebaje
de seducción masiva
y sus limítrofes alas se tropiezan
con las balas
del desenfreno.
Los árboles capturan en sus cortezas
las manos enemigas que se posaron
en ellos
para salvar sus cabezas.
Un pelotón de fusilamiento
se pliega en andenes
de trenes
con cucharas llenas de pucheros.

Fuera del campo de batalla
el lobo
se acaricia la cola
entre las patas.

Cuestión de cifras

Rinocerontes burócratas
en busca
de cigüeñas bursátiles
para crear
un
amor
sucursal.

Amores Plutónicos

El reino de los amores puede
dividirse
en dos especies.
Una recoge a todos aquellos
mendigos
que deambulan sobre los adoquines
buscando,
cabizbajos,
un cupón de lotería premiado.
A la otra,
pertenecen los suicidas que juegan
a apagar antorchas en gargantas
sin látex
y enredan lenguas en trabalenguas
de lenguas bilingües
y viperinas
que lamen espigas
en la zona de boxe(r)s.
Ambas especies
están formadas por animales
de la más alta jungla
con virus en sus carnes anidados.
La primera,
causa confianza en corazones
ilusos
y termina en una operación
esperanza abierta
por sobredosis de oro impostor.
Y la segunda
presenta síntomas precarios
de inocencia en banca rota
y quiebre de empresas peregrinas
que se ven devoradas
por el magnate que persigue rajas
de faldas
con ojos como cuencos
llenos de veneno hirviendo.
Inalcanzables a partes iguales son
pues huyen de flechas certeras
y jaulas de vapor.
Plutónicos los llaman
los que han sido ingresados
por (d)efectos secundarios.

Leones que desnudan

A veces te miro y veo
a un león cojo
que busca las muletas
en mis brazos.
Otras veces, solo eres un
camaleón
que juega al escondite con los
insectos
que te vigilan de reojo.
Te siento en penumbra cuando
de tu frente
cae nieve
y las velas se apagan
con el deshojar de tus pestañas.
Hay días en los que no hablas por miedo
a despertar de tus sueños
y piensas
que los rincones son hogar
de cartas sin destinatario.
Pero cuando te posas con rodillas
de hierro
en las sábanas,
inundando(me) con tu lengua
las colinas sin nombre
y cogiendo mis manos entre
tus garras de nube,
cuando todos tus volcanes entran
en erupción
calcinando zapatos
y fronteras,
cuando baila la dinamita
en tu cuello,
eres un pájaro de barro que
moldeo con los besos que te voy grabando
con mis aguas
mientras trazas arcos
en mi cielo azul
congelado.
Kamikaze,
te arrojas a mis precipicios
buscando ecos perdidos
en los callejones
de la avenida Melancolía,
donde existo.
Y es entonces cuando
a veces te miro,
me miras,
nos miramos
como dos tontos que caen
de bruces
en la certeza:
los leones tienen colmillos
para desnudar
milagros.

Platónico

No hay más ojos
que los que quepan entre las manos
cuando los girasoles se transformen
en invidentes
de tanto
amar
al
Sol
helado
posados en ramas
quebradas.

Efímero

Demasiadas estrellas
fugaces
encerradas en espejos
oblicuos.
Pistilos con uñas
que agrietan el cristal
para mojarse los dedos
con rayos de carga
hiperactiva.
El reflejo del caos
es más efímero
que la existencia de una libreta.
Entre líneas
leen batallas pasadas
contra el viento
y pecados capitales
a coleccionar.
Mueren las sombras
antes que sus amos
y los latigos cuelgan ahora
de las paredes.
Ondeantes.
El polvo danza música de ritual
sobre bombillas
de marcos de madera.
La carne de prende
y el suelo se abre
en dos.
A un lado,
carcelero.
Al otro,
preso.
Vagan ambos por el olvido
llorando espejos raídos
en lo cometa
de las imágenes.
Las fotografías
permanecerán
en blanco.
El negro
ya lo llevan encima.

Envenenamiento

Disfrazar las horas de golondrinas
para que arañen el cielo de mi boca
con sus alas arqueadas
como hoces que resucitan.
Las flores no quieren ser arrancadas
de la tierra
para mudarse a los jarrones,
aún no.
La tinta se cuela a gatas
por las hojas que señala
airoso
mi bolígrafo.
Lo clavo como un garfio que se enamora
del blanco embalsamado en líneas
cobrizas.
El reloj se da la vuelta en la pared
y se da cuerda suavemente.
Va subiendo la velocidad
de fri(a)cción.
El ruido es más fuerte.
Sube.
Se expande.
Estalla.
La estancia se empapa de manecillas,
despedidas en besos,
cartas aletargadas en cofres,
manos retorcidas,
narices en mejillas.
Se me llenan las bocas de bestialidad
y empujo las aguas hacia el armario.
Cierro las puertas.
Me siento en la silla de mimbre
que se clava en mis muslos
como serpientes sonriendo.
La madera cruje.
La mesa
repleta de cristales bordados en sangre.
Desde que lanzaste tu presencia
por el balcón
la veo rebotar en cada farola,
adentrarse por azoteas con floreros cutres,
lamerse con gatos las patas heridas
y volver a la acera de enfrente,
donde me mira como huérfano de nadie,
se le dilatan las aletas de la nariz
por la rojez de sus venas
y rehace sus pasos
hacia la Luna.
Desde que cerraste las ventanas
y desgajaste las cortinas
en ácido sin huellas,
el bolígrafo no deja de señalarme
supremo
desde las cenizas de mis manos.
El murmullo de los objetos paridos
va in crescendo.
Abro las puertas
y dejo que me rocen la cara
y lo que queda de mi alma.
Los recuerdos,
apuñalan.

Felina

La ausencia enseña sus colmillos
cuando se la ensarta
con sus propias garras.
Alfileres negros entre sus costillas
enlatadas.
Eriza la cola
y pone pies en polvorosa.
Orgullosa.
Hacia los tejados vírgenes de pelusas
que se enredan
en su lengua.
Atrapando pétalos de luz
juega a ser irrompible.
La noche se cierne sobre ella.
Gime arqueada en la azotea
de un asilo
mientras reta a la Luna
en dar saltos al vacío.
Bebe vino de ratas
en mesa sin mantel
y con cubiertos
de plata sin ley.
Los callejones siempre tienen salida
para ella
y el miedo
se escurre
por los ladrillos
para esquivarla.
Amarillos iris
que hipnotizan
cobras.
Sus huellas le hacen el amor
salvaje
a los adoquines.
Se levanta la falda
y exhibe
sus piernas como trinos
de guerra.
Los tacones se acomplejan
al verla tan aguja.
Las cervezas se pelean
por rozar sus labios
y nadar en su lengua.
Los mosquitos
se pirran
por sus venas.
Los antidisturbios maquinan peleas
para entretener a la competencia.
Mira las sombras naturales
del Sol
por las ventanas.
Se enciende en mil velas
que no se apagan.
Se marcha
sin pagar la cuenta.
Siempre gratis.
Anda sobre sus pisadas
levemente borradas
por matices interrogativos.
Las sigue
y le hacen cosquillas envenedadas
a sus patas.
Se posiciona
a cuatro patas.
Ya no tiene falda
ni tacones que la acribillen a
maldiciones.
Ahora es solo
un animal mudo
que no sabe
dónde está su hogar.
Llueve en su interior
y no tiene paraguas.
Las brújulas se desdibujan.
Los impermeables se desquician.
La próxima noche
dormirá en la barra.

Sin chanclas

Las utopías se visten de gala
y se cuelan
sin entradas
en un concierto
de jazz.
Se sientan
en sillones
rojos
y escuchan los suspiros
de la carne.
Un saxofón lanza
sensualidad
envuelta en cuero
negro.
Etéreos contoneos
del pentagrama.
El piano
tímido
se curva de palabras
en clave de fa(lda).
Nebulosas cegadoras
se desprenden de las telas
y caen.
Los captura en máscaras
los ojos del palco.
Se presenta un réquiem
al silencio.
El humo
se inyecta en la sala
y se retuerce entre
las baldosas,
consiguiendo la repulsa
de zapatos con escamas.
La lámpara de gigantes
es una araña viuda
que hace punto de cruz
sobre las cabezas
para devorarlas.
Las joyas como gotas de nácar
se dilatan
y estallan
convirtiéndose
en espinas.
Los sillones son
más rojos.
Perros.
Gatos.
Cucarachas.
Ovejas.
Lagartijas.
Ratas.
Comienza un maratón
objetivo
pechos cargados
de materia insultante.
Dientes.
Dientes.
Dientes.
Uñas.
Dientes.
Cuchillos.
Dientes.
Bastilla
con banda sonora:
un coro de huérfanos canta
el Ave María
mientras tienden sus
raquíticos
miembros
a la bóveda dorada.
Mendigan paciencia,
atención,
colchón,
pan,
poesía,
teatro,
agua,
quiebra de soledad.
Las manos punzantes
de las cáscaras
sin jugo
no responden.
Miradas fijas y altivas.
Los bolsillos lloran
vacíos
de migas e ilusiones.
Pausa.
Se abre
de nuevo
el telón.
Unas tijeras bailan
cabaret
y realizan equilibrismos
sobre las tripas
de los vagabundos.
Indestructibles son
las marcas en relieve
de pies sin principios
en el cemento fresco.
El cuento llega a su fin
en la orilla
del mar.
Y es por eso
por lo que
los ricos
nunca llevan chanclas.

lunes, 26 de agosto de 2013

Interrogatorio


Mendigos del azar

Reinas de papel
que se empapan de treces
puntiagudos
que rajan sus medias
de Estrella Polar.
Gatos con abrigos negros
y la intención de disparar
maullidos
contra la cara oculta
de la Luna.
Pupilas amarillas
que iluminan carteles
de teatros recién nacidos.
Lluvia de cristales
sobre escaleras
de piernas infinitas
y siempre abiertas.
Espejos opacos
de media noche
que sepultan sombras.
Manos dilatadas
en "síes"
y preguntas a punta
de navaja.
Apuestas a cara o cruz.
Barajas marcadas
que se adentran en cráneos
golpeados por puños
de oro.
Se pasea la Suerte
taconeando
por Lavapiés
con el eco atado a sus muslos
y las miradas
incrustadas
en anillos de pestañas.
Se pierde con brújula
precipitada
por Madrid
para beberse la espuma
de las barras
con cuentas pendientes.
En un tapete verde
se marca un streptease
y los borrachos levantan
sus frentes
con intención de devorarla.
Se acercan.
La tocan.
Los billetes vuelan.
Las fichas follan.
La saliva se corta.
Se tocan.
Torbellino de manos
ensangrentadas
de codicia.
La Suerte los pisotea
con sus tacones
de aguja envenenada.
El Sol clava sus uñas
en el asfalto.
La ve
ondear su falda
pidiendo guerras
a deshoras.
Lo ve
encendido
con espalda arqueada.
Se ven.
Ella
huye de sus garras
lanzando polvora
de sus ojos.
Él
al borde
de un ataque de celos
la persigue
recortando las esquinas.
Las botellas se desploman.
Huele a café.
Disparos.
Tiroteo entre cadáveres
con hedor a cerveza anónima.
Bala perdida.
Rebota en farola.
Choca con espejos opacos
enmarcados en escaleras indiscretas
que besan el polvo de cristal
mientras un teatro arde
bajo la atenta mirada
de dos gatos de grafito
a los pies de niñas
tatuadas de treces.
La Mala Suerte cruzaba
el paso de cebra.
Muere
con metal en los labios.
La mañana da a luz
a un nuevo día
con canicas en las aceras,
sangre negra
galopando sobre los
mendigos del azar.
Lejos
el Sol tiñe los cabellos
de la Suerte
con susurros
de espadas.

Inyección

Beso:
cima de fuego
donde anidan revoluciones
que revientan al contacto sin látex
o promesas incumplidas,
caballo desbocado
aficionado a taladrar carreteras
al oír
la señal de salida,
remedio casero
contra estornudos alérgicos,
medio aéreo
por donde viajan
Ilusos sin fronteras,
saliva multireparadora
de daños colaterales,
borrón y cuenta excitante,
cheque en blanco
a sellar en ventanilla,
vértigo que sobrevuela
olas en guerra,
ventanas con cortinas
de encajes rotos,
tendedero de esperanzas,
puertas abiertas
al subcielo,
ave fénix
con fiebre,
porción de pizza
con exceso de orégano,
pasión enfrascada
con arabescos en la etiqueta.
Consumir preferentemente
antes de que cascos de mamíferos
enturbien de polvo
las cuencas sedientas
de los ojos.
Consulte al chamán.

Descorchados y burbujeantes

El incienso es rojo
cuando se posa
en tu frente.
El alba se atrinchera
en tus pupilas
para desayunar(te)
entre las sábanas.
Tus manos aletean
sobre el piano de mi vientre
y un terremoto
desestabiliza
mis múltiples sentidos
felinos.
Bruma de ardor
en gargantas
propias y ajenas
que cantan con deseo
de fusionarse.
La ecuación es certera
cuando los límites tienden
a más infinito.
Te descalzas
en mitad de la sonata
para recitarme al oído
que vas a desnudar(te)me,
que te pinte la espalda
de yemas ennegrecidas
por el estupor,
que vas a ducharte(me)
mientras me balanceo
con cabeza en precipicio
y pies de trigo
molido.
El suelo se mimetiza
con las carnes vaporizadas
y la atmósfera es
polvo de cristal.
Se retuerce el reloj de arena
con el calor
de un par de astros
que ronronean en la distancia
del minutero.
Saltando sobre baldosas movedizas
sin pisar las líneas fronterizas
se unen los labios
untados de mantequilla.
El tostador expulsa el pan
crujiente.
El café hierve
en el microondas.
Tormenta eléctrica
sobre muelles
descorchados
y burbujeantes.

Distorsión.

Pájaros de almendra
picoteando enjambres de abejas.
Botones sin solapas
con piernas amputadas.
Cigarrillos impares
vestidos de amarillo.
Sol con epilepsia
bailando
a través de las persianas.
Gota de agua suicida
que huye del grifo.
Tubería entona
un pasodoble.
Mazapán
con hormigas.
Pelusas trogloditas
barriendo grietas
a lanzadas.
Puñaladas de metal
bajo cuerda.
Embargo de besos
en callejones sin salida.
Pinzas de tender
(ropa e inseguridades)
que se alzan de puntillas.
Cócteles herbicidas
y cenizas.
Escombros derretidos
entre pestañas.
Lagrimales explosivos
en aludes de escarcha salada.
Cascadas de orina.
Gatos jodiendo(se)
en la acera de enfrente.
Chasquidos de dedos.
Sesos electrocutados.
Crujir de madera.
Caída libre
de estanterías.
Torbellino revolucionario
de lenguas.
Saliva al vapor.
Sudores herméticos.
Semáforos que devoran
libélulas.
Ruido embalsamado
y aderezado
con tres cucharadas de hiel,
dos toques de hinojo
y una pizca de insomnio.
Yo,
al borde mismo de
un síncope
post verso.

Milagro

Cruza por el cielo
como un cometa
la palabra
milagro
cuando las almas
se repliegan
acurrucadas sus auras
en los nidos
de versos que palpitan
por eclosionar
en equilibristas
que no temen
de los aros de fuego.

Homo ciberneticum

Los parques infantiles
se alimentan de los ecos
pasados
de risas
y llantos.
Los estanques
congelados
sin patos
ni barcos
a control remoto.
Los bancos polvorientos
y repletos
de hojas
secas.
Los charcos van haciendo
arabescos
en la urbe
pues nadie
los besa
con los zapatos.
Las farolas
riegan con luz el suelo
mendigo de pisadas.
Las aulas
son latas de conservas
con niños
a la vinagreta.
Son peces
prisioneros de redes
conocidas
por
sociales
que esconden garras
de publicidad insaciable.
Las camas
se duermen de madrugada
a la luz azul
de un chat
inerte.
Con ojos como platos
las sábanas se retuercen
bajo la atenta mirada
de emoticonos.
Una turba de zumbidos
emanan de teclas
y empapan el parquet
de manchas
que hipnotizan
a las hormigas
con el elixir de su vanalidad.

Un "te quiero"
sin vibración alguna
de pulso
se envía
hacia otra pantalla.
Sin cortarse la
respiración
se lanza al vacío
de números binarios
un "y yo a ti".
Caras inexpresivas
a ambos lados.

Virtual
es la existencia
del homo sapiens,
que de sapiens
tiene mucho
menos que de
"ciberneticum".

domingo, 25 de agosto de 2013

Vorágine urbana.

Intentamos escalar
las tumbas de
nuestros héroes muertos
con las manos repletas
de dudas bañadas en avaricia
y el rostro
sudado de tierra.
Nos afanamos en
eclipsar
a las estrellas
con nuestros pulgares
y cortar amaneceres
con leche caducada.
Nacimos con el cerebro
reseteado
coordinado
con máscaras mecánicas
para ansiar
con esperanza infantil
los logros
del pasado.
Retórica,
filosofía,
poesía,
pintura,
música,
gravedad,
penicilina,
cohetes que viajan
dirección la Luna.
Envidia
           metamorfosis
de humanos
con crisálidas como puños
            y larvas
que juegan a los dardos
con sus tripas.
Cabellos
              arrojados
por el suelo.
Cafés
         con ojos
como búhos.
Camas
           ordenadas
en mitad
              del caos.
Un telar
entrelaza
hilos
y los asfixia
haciéndolos
cada vez
más finos.
Así nos aprietan
tornillos oxidados
en la cabeza.
Muñecos de trapo
con botones magnéticos
que atraen a carroñeros
cuya dieta se basa
en nuestros principios.

Las alarmas de los relojes palpitan.
Es la hora
               de vomitar en la oficina
y luchar
             como salvaje humillado
por alcanzar
                     la engañosa
cima.

Breve

A pétalo mordido,
dientes rojos.

Disección

Pies: trotamundos
          aislante de balas
          caricia de asfalto
          hondonada en la nada.
Piernas: pilares de coliseo
                alas terrestres
                girasoles marchitos
                rectas curvas.
Vientre: hogar de mariposas
               tambores que retumban
               nido de golondrinas
               mar bravío.
Espalda: barco a la deriva
                complejidad de caminos
                enredo de huellas
                trazos de tinta china.
Manos: conductos internos
              herramientas carnales
              garras de nube
              uñas en punta.
Hombros: soportes de planetas
                   manada de lobos
                   caderas de violonchelo
                   semáforos en ámbar.
Cuello: tobogán de nácar
             barranco afilado
             carretera de lava
             castigo divino.
Labios: cárcel de suspiros
              bombas de besos
              brújula hacia el sur
              pecado capital.
Lengua: burbujas de champán
               mapa de espuma de mar
               explorador empedernido
               alquimista.
Dientes: alfileres negros
                sables de perlas
                hambruna
                niños suicidas.
Nariz: bailarín de vals
            caricia transparente
            desembocadura de recuerdos
            detector de metales.
Orejas: caracolas mudas
              sombreros de copa
              remolinos de pólvora
              silbido cobrizo.
Ojos: fugaces aleteos
          furtivas ilusiones
          balcones con vértigo
          puertas en braille.
Pestañas: alfombras voladoras
                   canales de inspiración
                   nubarrón celeste
                   vendaval hipnotizante.
Frente: nube de polvo
             aguacero gris
             niebla de sonetos
             laberinto disecado.
Cerebro: tecla de reseteo
                inolvidable suspensión
                daga en insomnio
                profundidades a oscuras.
Alma: espada de oro
           escudo sangrante
           desnudez
           lágrima de hierro.

Resultado de la disección:
        era aire embotellado en marea de cristal opaco.

Lista de cosas por hacer

Bebernos sorbo a sorbo
los tercios de kilómetros
que separan los milímetros
de nuestras extremidades.
Fumar del tiempo perdido
liado en papel de plata
que refleje la imagen
de desconocidos que se miran.
Recoger las horas desperdigadas
con las manos unidas
para que no se derrame
ni un segundo supurante.
Bostezar delante del rostro
de los camaleones
aficionados al exhibicionismo.
Jugar a formar palabras enredadas
en sílabas y consonantes
enamoradas.
Descolgar el teléfono
cinco segundos antes
de que la otra voz se esfume
en una niebla de chasquidos.
Untar de mantequilla los cafés
y de mermelada la tostadora.
Dotar de cuerpo sudoroso
al niño mimado
que llevamos dentro.
Desencajar las mandíbulas
con besos como anzuelos.
Coleccionar mariposas muertas
con dos días de antelación.
Llamar al timbre
(de madrugada)
a todos los desamparados
para que tengan a alguien a quien odiar.
Destaparle la espalda a la luna
para que el sol la vea despelucada.
Tragar agua salada
y echar espuma por las bocas
en la orilla arenosa.
Tirar piedras a las ventanas
de los agridulces
con la intención de que oigan
cómo sería una lluvia de meteoritos.
Bombardear un nido de abejas
e inundar de miel la ciudad.
Pintar de celeste los semáforos
para que los ángeles vuelen más bajo.
Robarte un beso.
O dos.
O tres.
Encarcelar los números
porque no son suficientes
para enumerar
religiosamente
las eternidades
que crearemos con las manos
en las próximas hojas en blanco.

El triste existir de las manos

Las manos suelen huir
de lamentos a deshoras
y almohadas con pesadillas.

Se beben las calles hasta los restos
con la esperanza
vana
de caer borrachas de nostalgia.

No suelen abrir
las puertas de casas
o almas
cerradas por derribo.

Odian las polillas que habitan en armarios
vacíos.

Lloran si se les regañan,
como dos niñas indefensas ante la nada,
al haber pasado de largo
por cabellos y barbas
que podrían haberse enredado
en mañanas anaranjadas.

Gritan si se las amordaza
con promesas de labios perfilados
por sonrisas cálidas.

Temen por sí mismas.

Con vida propia andan
por el carril bici
y pisotean el verde asfalto
que finge ser césped
en mitad de lo urbano.

Las manos son la reminiscencia
de alas cortadas
que una vez
se adentraron en las cavidades
de paraísos
sin trincheras.

Ahora
nadan a la deriva en un mar de tigres
con branquias
y corales que bucean
entre sus yemas.

Ilusas,
no saben de la existencia de los malabares:
juntan vértices
y curvas de vértigo
con el mismo centro
destemplado
de la tierra enfebrecida.

No hay cura para unos brazos insaciables
de pecados por cometer
y las manos son reos
que siguen
con mono de rayas
la inercia de una gravedad suicida.

Condenadas
palpitantes
cobardes,
las manos
con sus dedos.

Cúspide

En
el
mundo
de
alcantarilla,
la
reina
de
las
cucarachas
es
la
estafadora.

Temporal de huracanes

A la mierda
todos y cada uno
de los colores
pertenecientes a la paleta
de los grises.
A la mierda
todas las corbatas andantes
que van y vienen
entre olas suicidas.
A la mierda
con el autocontrol
y las clases de reinserción.
Todo se desmorona
como un polvorón que amenaza con picar
la lengua
en mitad
de su descenso por la
garganta.
Conforme voy abriendo puertas,
las de atrás se cierran
y las de los lados me muestran
cadáveres revestidos
de estiércol
que fingen la felicidad
en sonrisas al vacío.
Los peatones son solo
cebras asustadas
que se pisotean
cuando se lanzan en carrera frenética
por calles de lava.
Las sucursales
son cámaras de gas
donde las palomas,
ratas voladoras,
nacen en nidos de plomo
y mercurio.
En el reino de los cielos,
dicen,
reina la justicia.
Pero yo digo
que aquí manda
el petróleo
que hiere
heridas abiertas.
Siria,
Palestina,
Israel,
Egipto,
Brasil,
Rusia,
África.
Los mortales viven con miedo,
independientemente
de religión,
edad
o sexo.
En oriente,
las armas se amontonan
en las costillas del silencio
y una granada
eclosiona
en mil lamentos.
Mientras,
en el hogar de la revolución
proletaria,
se tapan los ojos
con manos ensuciadas
por concepciones restringidas
sobre el amor.
En occidente,
brotan las deudas
y los hombres dorados
creen saberse libres
al bailar cifras en sus dedos.
África
sufre
los alambres de espinas
que taladran las carnes
de etnias
diferentes
y les hacen supurar
sangre manchada
de sueños en polvo.
A la mierda
todas las convicciones,
todas las normas,
todas las fronteras,
todas las reformas
que destruyen
las formas.
A la mierda
con eso de que solo unos cuantos
son merecedores
de un pódium negro
en Suiza.
A la mierda
todos y cada uno de ellos.
Que se lancen
a la caja de Pandora
de donde salieron
para que no depriman más
el arte
que intenta vivir
al cobijo de
pequeños moluscos
cefalópodos
de esperanzas desdibujadas,
con la intención
de plantar flores no mecánicas
en campos
tecnológicos.
A la mierda,
también,
con ese virus zombi
llamado
materialismo
que transforma corderos
en lobos hambrientos
de yugulares frescas.

El mundo
es arena
y el viento,
arte.
Se avecina
un temporal
de huracanes.

sábado, 24 de agosto de 2013

Poeta

Le va haciendo el amor
a los cigarrillos
en cada calada
entre esos labios
a punto de estallar
en mil besos.
En sus dedos,
francotiradores de poemas,
un orgasmo de humo
se lanza
de bruces
fuera de su garganta
creando círculos atravesados
por el aire en llamas.
Es magnética
la forma en la que va lanzando
miradas,
sin tregua,
a la gente que lo rodea
como si quisiera
hipnotizar
cobras.
Cuando su voz
se atreve a tocar
sus cuerdas.
Cuando su voz
se baña
desnuda
con peces
de escamas
cometas.
Cuando su voz
reta en duelo
al mismo canto
de los ángeles,
y gana.
Cuando su voz
irrumpe en mis oídos
se genera en mi alma
una explosión
que el Big Bang
querría haber logrado
en resultado:
la destrucción completa
de convicciones humanas,
la desnudez
en cuerpo
espíritu
y mirada,
una zancadilla
a las certezas
que culmina
en versos ahorcados
en su propia tinta
y el renacer
tímido
de sentimientos lapidados.
Y yo,
pierdo la partida
y me dejo explotar.

Humo de volcán

Dicen que la vida asfixia
y apelmaza a las libélulas
en copos de nieve.
Parlotean a sollozos
los lánguidos granos
de arena
cuando ven al agua
sorber con lentitud
su esencia de cristal.
Que el tiempo es la metralla
de los condenados a olvidar
instantes
subidos a columpios
y ropas sucias
de barro
frío.
Las bocas se secan
con bordes de palabras
que por inercia
caen al vacío
sin ser escupidas.
Las manos acarician mesas
de astillosa madera
que sube por las huellas
como enredaderas.
Los pies se hunden en las brasas
de los pecados
nunca cometidos.
Y los ojos,
puertas entreabiertas
que desembocan
en enigmas,
se tropiezan con abismos
de gritos ahogados
gargantas con nudos de fieltro
para morir en cuencas
de ríos secos.
Dicen que la vida asfixia
pero, en realidad,
son los humos
de volcán
que nos rodean
y nos enredan
llevándonos hacia el filo
de acantilados
repletos de rocas
que hieren la piel.

Made in Versos

Hagamos poesía sin letras
y bombas nucleares
de mariposas
que vayan plantando sus aleteos
en los campos estivales.
Hagamos que las balas se derritan
justo antes de que
devoren a mordiscos de metal
carnes inocentes.
Hagamos el amor en el cielo
porque la tierra suele atrapar
los suspiros en raíces.
Hagamos de Disney un mito
y que las princesas se corten las faldas
se rebelen guerreras
y dejen plantados
a sus príncipes
de tinta azul.
Hagamos que los reyes se arrodillen
ante los mendigos
con corazones leales
y ropa raída
por ratas
que supuran tristezas amarillas.
Hagamos del día un calendario
con hojas de cristal
caídas de espaldas
sobre números
que se suceden
como peonzas.
Hagamos de la casa
un cementerio de soledades
donde dancen las hadas
entre bambalinas.
Hagamos que el cabello
se enrede en estrellas
y recoja el reflejo
de auras eléctricas.
Hagamos sonrisas de papel
que conquisten
sin espadas
territorios desérticos
de arenas movedizas.
Hagamos del mundo
hogar de soñadores
con pies en polvorosa
que rimen acordes
no tan agridulces
y acaricien las cuerdas
del arte:
desaprender corazones
domados
por jerarquías
y restricciones.

Semáforos en ámbar

Las esquinas de las avenidas
se pliegan
cuando te sienten respirar
cerca de ellas.
Se van trazando
los caminos
bajo tus suelas
y los adoquines renacen
de la tierra polvorienta
para llevarte en volandas
hacia tu meta.
Pisas fuerte
con pisadas de centauro
y el asfalto galopa contigo
cuando le ofreces cobijo
dentro de tu plumaje
de ángel negro.
Y los callejones torcidos
de calles centenarias
comprenden que las líneas
rectas
no son obra de la naturaleza,
pues se arquean
como espaldas sudadas
gotas de ron miel.
Vas dibujando vendavales
con las yemas
de tus palabras
y destruyes
con cada mirada
las fronteras
que nos anclan.
Rotonda en tu ombligo
hacia abajo
todo o nada.
Los semáforos alertan
en ámbar
de posibles multas
bajo las sábanas.

Antes de salir de casa

Una ducha
para despejar
las malas vibraciones.
Crema hidratante
para suavizar el alma.
Ropa
que tape
lo suficiente
como para que no aprisione.
Zapatos
que protejan los pies
de posibles golpes.
Un bolso
donde meter las manos
y encontrar pequeños o grandes
recuerdos
(nota: preguntar truco a Mary Poppins).
Una barra de labios
que perfile las sonrisas.
El pelo
alborotado
que incumpla las leyes
del viento.
Llaves
para entrar
por aquel lugar
que hemos dejado atrás.
Un espejo
que nos diga quiénes somos.
Un libro
para inspiración furtiva.
Un bolígrafo
(o pluma)
con el objetivo de capturar
en tinta
pensamientos que vuelen.
Una cámara de fotos
capaz de actuar como ojo.
La cabeza
sobre los hombros
y alta,
que no se pierda
por las calles
y el asfalto,
que no persiga el humo
de las colillas,
que no caiga
entre la multitud
y forme parte de la masa.
Y,
por último,
un alma descontrolada
dispuesta a beberse los rincones
ocultos
de cada ciudad.

En escena

Retumban en la tierra los ecos
de cascos de caballos
que hace siglos pasaron
galopando.
Truenan los galeones
de banderas irreconocibles
y cañones ansiosos por explotar
en las caras
del (ene)(a)migo.
Pasan las cebras
encima de sus madres muertas.
Las copas de los árboles
se rebelan
contra la dictadura del viento.
El agua se vierte
sobre todo ser
que la atraviesa
con ganas de enarenarla.
La noche teme
que su sombra la persiga
en cada esquina.
El día envidia
la privacidad
de las horas
ante merídiem.
Tú y yo
herméticos
y al vacío
como los guisantes.

Querido director

Cupido no es más que
un niño con Parkinson
que juega a los dardos
con corazones humanos.
Le gusta ensartarlos
como sardinas
con sus flechas pomposas
y ver
cómo se van cegando
en el mar de soledades y frustraciones
las carnes que tiemblan ante el ataque.
Es un pequeño mimado,
un hijo de mamá
con pulso de cirujano
(cuando se lo propone)
que destripa a las gentes
para incluirlas en su colección
de almas suicidas.
Su nana preferida
es aquella que cante en honor
a las brasas que se hagan en sus propias cenizas
y a beso lento.
Elige películas de terror
porque se siente identificado con el asesino
o el ladrón de guante blanco,
y los imita robando paciencias
y cortando los cuellos en almohadas
envueltos.
Su cuna está hecha de plegarias
mortales
de manos sangrantes
que pretenden fusionarse
con sus espejos.
Y se ríe a carcajada limpia
(o sucia)
cuando piensa en todos esos amores
unilaterales
que mendigan por las calles
del olvido.
Cupido no es más que
un anciano de encías fuertes
que busca día y noche
cuerpos
que llevarse a la boca.
Sus alas son la cárcel
de los pecadores
que él seduce con promesas envueltas
en chocolate.
El 14 de febrero es
para él
una comedia
repleta de calabazas.
Cupido es,
al fin y al cabo,
el director del más famoso
reality show:
Caníbales a la caza y captura
de la felicidad eterna
en brazos de almas gemelas
(o lo que viene siendo lo mismo:
Ilusos sin fronteras).

viernes, 23 de agosto de 2013

Atlántida embotellada

Las ventanas entre tus piernas
siempre llevarán por cortinas
bandera pirata
que roba razones
y asfixia temblores.
Con vistas hacia la mar bravía
que brama
entre los rompeolas
que se alzan como cimientos
que arrancan
de raíz
el viento
que renace por las piedras
en tu orilla.
Un atardecer de naranja esperanza
se ríe encima de tu barbilla
y se rompe la luz
en dientes
que devoran tristezas.
La espuma que se evapora
y chasquea
como brasas evanescentes,
se entrelaza en tus manos
que la acaricia
con piel de centinela,
que vigila noches
en vela
permanente
a través de telas
como túneles
de caleidoscopios.
Luces profundas
las de tus ojos
que
como dos luciérnagas
van trazando arcos
en tu cielo.
Ojos
como estanques
en los cuales los buzos
imploran por explorar
los hondos secretos
que esconden
bajo los corales
de pestañas
que los tapan
cuando duermes.
Ruges en silencio
creando burbujas
que levantan el vuelo
hacia la bóveda celeste
que recubre las ciudades
de cartón piedra.
Enigmático hechizo
que despiertas entre los mortales,
los cuales te siguen
en penitencia amada
hacia todos los bares
por los que te derramas.
Eres como la Atlántida:
surgido entre ondeantes
días
que giran a tu alrededor
serpenteantes
y se alzan hacia tu boca
para beberte la existencia
a sorbos lentos.
Y las ventanas se cierran,
el reloj se cae de la pared,
y ya nada
tiene sentido.

Por tus besos, la vida.

En camas que escupen lava
se adentran las cabezas a punta de navaja
como botones suicidas
que se lanzan al vacío
para buscar una aguja
en su pajar de vanas esperanzas.
Un paraíso de secretos
que se retuercen entre las muñecas
como palabras mudas
que se tropiezan
y se anclan
para no olvidar
al alba.
Corazones prisioneros de alas cortadas
en cavernas
sin bombillas,
de pensamientos vacíos
se visten
y en sus trajes de gris perla
se mimetizan
con las nieblas.
Labios
rasgados por noches
de luna escurridiza
que se escapa entre los dedos
etéreos
del alma.
Besos de sal
que se sienten huérfanos
cuando caen en almohadas sin brazos,
que se enervan con genio
cuando se ven prisioneros de lenguas
afiladas,
que se alzan por encima de la nada
y el vacío
se hace
entonces
más pequeño.
Besos que salvan vidas
sesgadas
por espigas
del ayer.
El tiempo es
irrebocablemente
oro
en la piel ajena
que es dueña de mis manos
esta madrugada
eterna.
Y danzan los segundos
si te tengo.
Y lloran
si nos perdemos
a la deriva
de nuestros laberintos.
Pero solo por ti
podría sentir
que este mundo,
lleno de cuerdos
que fingen ser locos
y de cáscaras huecas
que enmascaran negrura,
resucita
en cada suspiro.
Muero en tu espalda
como las cascadas
que lo atraviesan
cada roce de sol
y, sin embargo,
me sé viva
y permeable.
Porque
cuando la lluvia
amenaza
detrás de mis pupilas
con escamas,
tu cama escupe lava
y mi cabeza es solo un botón más
que se adentra en tu pajar
para recuperar
mis vanas esperanzas.

Inabarcable

Ahora.
Hoy.
Ayer.
Mañana.
Pero no siempre.
Porque eso
es prometer demasiado
y las manos
a veces
no podrán sostener
nuestras dunas.

jueves, 22 de agosto de 2013

Borracha busca ser musa

Me hallo de piernas cruzadas
en la barra de un bar cualquiera
debatiéndome entre el riesgo y la pólvora.
Ha llegado el momento
de dejarse de eso
de que la vida corre
persiguiendo una meta
que va cambiando de lugar
con cada paso.
Quizá esté loca
o solo borracha
de whisky.
Pero poco importa.
Me lanzaré a la caza y captura
de un amor que
por vez primera
valga la alegría y no la pena.
La consumación de esa búsqueda
tendrá su recompensa:
una cama alquilada
en mi habitación
que ha de ser pagada
cada mes
con amaneceres de ojos cansados.
En primer lugar,
necesitaré una brújula nueva
que se oriente hacia el sur
y no al norte
(no quiero amores racionales).
En segundo lugar,
paciencia
(nota: comprar más vino).
Por último,
unos tacones con cuentakilómetros
y un pintalabios más rojo
(rojo intenso).
Una vez conseguidos los primeros requisitos
procederé a la misión:
todos los sábados por la noche
me recorreré los bares
de la ciudad
con la intención de atrapar poetas
que me hagan su musa.
Arduo y complicado
será el capturar la magia del arte de las palabras
entre mis torpes dedos,
pero intentar
se intenta.
Tras varios sábados gastando las suelas
de mis últimos tacones de aguja
del tamaño de una grúa
he fichado varios candidatos:
un bohemio con voz que desabrocha cremalleras
con solo recitar sus propios poemas,
un cantautor de risa magnética
y pestañas infinitas
con acordes sugerentes
en su garganta,
un pintor que retrata mujeres en servilletas
y las enmarca en esperanza,
y un aficionado al cine
que se esmera en hacer cortos animados
con dibujos que salen de sus yemas.
De mis tertulias intelectuales con ellos
saqué la siguiente conclusión:
todos eran lo suficientemente torturados
como para encajar en el rol que yo exigía.
Pero un alma tan caprichosa como yo
necesita un amor que sople versos al oído
sin caer en la ñoñería,
necesita una canción de buenos días
que sea espejo de las noches que vivo,
necesita un cuadro que capte toda mi esencia,
necesita un cortometraje que deje bocas abiertas.
Por ello subo la recompensa:
a cambio de un amor
que desate cuerpos
con solo mirarlos,
que roce los labios
y los encienda,
que queme y hiele a partes iguales
a beso lento,
que vaya sumando atardeceres
y restando tiempos vacíos,
que resucite todas mis horas muertas,
estoy dispuesta a entregarme
en el oficio de musa
que descuartice los cuadernos
y que se bañe en tinta.
Así que me encuentro de nuevo
de piernas cruzadas
y sí, borracha.

Eternidad fugitiva

Como pájaros de barro
que van dejando trazos de tierra
en el cielo de azul congelado,
fuimos alzando los cimientos
de un mundo sin sombras
bajo tu ombligo
y el mío.
Un puente
unía nuestros cuerpos
de estrellas apagadas y calladas
en la noche que se cernía
como boca de lobo.
Pasaban viandantes
con traje o arapos,
coches de primera o segunda mano,
camiones que hacían tronar
como tambores
el asfalto.
Y crecieron jardines de interior
con complejo de junglas
donde las panteras y los tigres
se acurrucaban bajo las farolas.
Los niños corrían
detrás de sus madres
en busca de dulces después de la escuela.
Los ciclistas hacían malabares
en las aceras
y a gran velocidad veían las calles
repletas de ancianos felices
que le sonreían a la vida.
Creamos una utopía
donde cada uno jugaba un papel
en la gran obra que se desarrollaba
cada día.
Una fantasía sacada de nuestras hojas
en blanco
que ahora lucían trajes de tinta imborrable.
No había delincuentes que revolotearan
por los hogares
en busca de dormitorios sin llave.
No entraban cuchillos ajenos
en bocas de nadie.
No se gritaba a todo pulmón
sino había un parque de atracciones
en primer plano.
Llamamos a esta ciudad
Eternidad.
Pero un minuto antes de cantar victoria
y presumir de teoría conquistada y cumplida
hecha materia
ante la cara de Marx,
entró el Tiempo dando manotazos al aire
intentando atrapar
las esperanzas y los corazones
que en Eternidad se contenían
como dientes de león
que se vieron amenazados
por los huracanes.
Las manecillas se fueron clavando
una tras otra
en cada pecho,
en el asfalto,
en los vehículos,
en los niños que cayeron en gripe de marzo,
en los hombres viejos ahora cansados.
Y el cielo se volvió nublado
y encapotado fue avanzando en nubes.
Las tormentas se formaron
y un rayo cayó
sobre el puente centenario
que lanzaba prosa
para calmar los fuegos
que acechaban con sus lenguas.
Eternidad fue agujereada
con cada disparo eléctrico
y nuestros cuerpos
supuraron tristeza
en el río de nuestras mejillas.
Así fue cómo ocurrió la desgracia
de creerse diseñadores de futuros
cuando a penas teníamos manos suficientes
como para sostenernos a nosotros mismos.
Y las gentes felices
con su puente
y sus jardines
se marchitaron con el tic tac,
quedándonos cada uno
en una orilla
y con los rostros
sangrando.

Amores sin vértigo

Fusionar realidades
de dos cuerpos
y que eclosionen
mariposas mutantes
con alas que destruyan los aviones,
a pesar de que estos
amenacen con turbinas que absorban
amores sin vértigo
como el nuestro.

Se te olvidó

Se te olvidó
que la vida son dos días
gemelos
que están en tu vientre.
Se te olvidó
contar hasta diez antes de enervarte
para evitar estallar.
Se te olvidó
cómo subir las escaleras
hacia la eternidad.
Se te olvidaron
las ganas en el autobús
y la hora
a la que este pasa por tu puerta
cada día
como un centinela fiel.
Se te olvidó
leer entre las líneas
enemigas
del hastío.
Cómo quitar las sábanas sucias
y sustituirlas por unas limpias.
El por qué de la lluvia
y la aridez
a quemarropa.
Las señales que dejan los esmaltes
de uñas.
El rugir de la ducha
sobre tu cabeza.
Las vistas de tus balcones
hacia horizontes que no se frenan.
Los acordes de tu canción favorita.
Los regalos de Navidad
bajo el árbol.
Las llaves en casa.
La moto en la cochera.
El estofado en la olla
y a fuego lento.
El frigorífico abierto.
Tu firma en cheques
en blanco.
Los besos con sal.
Todo.
Se te olvidó
lo que fuiste
al otro lado de la cama
y se te fueron las manos
persiguiendo los recuerdos
hasta que temblaron
y cayeron.

La oruga humana con sordoceguera crónica

Tu maniobra de evasión perfecta
ante el amor
es echarte la manta a la cabeza
y como un condenado
correr y gritar por el pasillo interior
mientras se te vuela la tapa de la cabeza
entre llamaradas de incoherencias.
Es genético eso de ver parejas
y morir del asco entre las aceras
para después resucitar con el café
amargo
como tu vida inerte.
Las piedras tienen más emociones
entre los dedos
que tú.
Y es lógico que sientas
que no sientes nada
cuando te pellizcas
o te pegas
o te rajas.
Horchata en las venas
y cara de cobaya.
Cobarde como las ratas
ante los charcos de esperanza.
Un insecto que envidia a las moscas
que retan a las gentes
en impaciencia.
Un cachorro que no mama
pero llora bien fuerte
porque no sabe lo que quiere.
¿Quién eres?
¿A dónde coño vas
sin amor
y con armadura?
¿Por qué renunciaste a vivir
en esta selva urbana
que amanece cada día
con el ruido gris
de los cláxones?
Pobre hiena que se ríe frente al espejo,
que no entiende
y no quiere razonar.
Inhumano que llegó a la tierra
en una nave hecha de arena
con la misión estúpida
de huir de la vida
sumando idas y venidas
entre la Tierra
y su cama.
Siempre te quedarás en capullo
porque las crisálidas
no son lo tuyo.

Reflejo

Espejo,
charco de agua que captura las faldas
de las niñas que van al colegio.
Pieza de cosmos
que fotografía retazos de seres
movidos por cuerdas de grueso polvo de estrella.
Afilada espada
que se hunde en yugulares de creencias
que se ahorcan con las dudas.
El miedo y el poder de Caín
ante la muerte de Abel.
Un cuento de brujas
con escobas a propulsión
que llevan a Ningunaparte.
Batalla de sordomudos
que intentan comunicarse
mediante dibujos en sus cuerpos.
El instrumento que Dios creó
para hacernos rezar
por salvar nuestras almas.
Una caverna que se ilumina
con cada bostezo
y se enreda en nuestros cerebros
detrás de las cuencas de los ojos.
Intentar mirarse al espejo
y no caer en la locura
es misión suicida,
porque es el fantasma de nuestro pasado
y la alcoba de nuestro futuro.
Asomarse al vacío
y arrancar la nada a arañazos
que hacen sangrar las uñas de nuestras bocas
desencajadas
ante la imagen de nuestras ropas
en ese armario que se retuerce
entre maderas de árboles que fueron cortados
y quemados
como los humanos
cuando reptan
detrás de sus vidas.

Salvación que mendiga

¡Quiero salvarte!,
gritó el loco desde su nube de remolinos
que lo perdían en bucles de ron.
Mirada perdida
y pupilas como canicas que se chocaban
con las paredes.
Barbas de lianas
por donde cruzaban en volandas
los vientos de todas las estaciones.
Cabellos que se encontraban
a mitad del olvido
en mechones sueltos
entre su gorra de cal y arena.
Un cuerpo de interrogación
que aún no había encontrado las respuestas
ni las preguntas.
Unas manos que han agarrado navajazos
de ausencias
entre barrotes de su cárcel interior.
Hogar y cama
en cartones empapados de saliva
y orina
que amenazaban con inundar
su refugio
del mundo capitalista.
Y pies
que descalzaban las andadas
y revestían de mugre
las pesadillas que pisoteaba
en los charcos de agua infectada y sangre.
No potable eran sus labios
finos y cortados
como las jeringuillas que guardaba
cual tesoros plateados
en sus bolsillos agujereados
a balazos.
Y, sin embargo,
exclamó
¡Quiero salvarte!
mientras subía y subía
en el cielo
sin ángeles
ni barcos de papel
ni sonrisas aladas.
¡Quiero salvarte!
¿De qué?, me pregunté.
De la vida, contestó él.
Y se fue bebiendo a sorbos su existencia
desapareciendo entre las masas de gentes
que ni siquiera
lo veían.

El destino

El destino es un manco
que cree saber escribir
los hálitos alados
y las ganas
que cruzan las aceras.
Se espera saber dueño y señor
y tener orden y mando
en el reino de los cláxones.
Es el ámbar parpadeante
de los semáforos
que entra y sale de las vías
respiratorias
para colarse en cuerpos
conducidos
por máquinas.
El dióxido de carbono
que pinta los pulmones de luto
y los escupe cuando anochece
en las esquinas.
Orina
de un vagabundo
en el portal de un edificio.
Rabia de las ratas
que se pierden por las alcantarillas
repletas de excrementos
y desprecios.
Loco
que va tocando la flauta
con labios cortados
y perros ladrando
a sus pisadas.
Lengua que lame
cansada
las suelas de los zapatos
que van caminando
hacia ninguna parte.
Pero jamás será timón o brújula,
jamás será bola de cristal o libro,
jamás será premonición o mal de ojo.
El destino
es solo
el hermano
pequeño
del hombre del saco
que vive
con el infierno
en la espalda
y el invierno
en la cara.

Hasta que el existir se nos agote

Calma.
Los suspiros se aceleran
como las agujas del reloj.
Caen lánguidos en la fuente
de aguas que se evaporan
con el olor a heroína
que despide tu piel.
El vacío se llena de remolinos de miel
que se entrelazan
y suben como la espuma de tu caña.
Suben y escalan por mi espalda
clavando sus picos en las grietas
por donde supura la nieve
y la escarcha.
Bandera en mano
apoyas las piernas en las paredes
congeladas
y te impulsas hacia arriba.
Hacia arriba.
Tus pies se resbalan.
Crugir de huesos bajo la almohada.
Silencio.
Mis hombros son anzuelos
que pescan tus besos
y te alzas al vuelo.
Conquistas mi cuello
y llevas tus manos
a mi cabello.
Rizado u ondulado.
Limpio o grasiento.
Ya no me acuerdo.
Das vueltas y me mareo.
Y te topas con mis ojos y te paras.
Párpados que chillan entre los barrotes
de las pestañas
y buscan con brújula de amanecer
un sol en tus mejillas.
Empieza el vals
con tu nariz en mi frente,
que se hondea al son de mis tambores
y reza
para que el ritmo no cese.
Y es entonces
cuando labios se desesperan
y se enervan
y se manifiestan contra todos los mortales
por conseguir un beso
sin ataduras
ni más anclas
que las que pueda poner
entre nosotros
el desenfreno.
Sucede.
La piel se eriza
y las mariposas aprietan sus uñas
contra nuestros descosidos corazones.
Ahora
un beso
arranca
las capas
que nos hundían
en el vértigo.
Ahora
ya no somos
dunas
de barro.
Ahora somos
y seremos
hasta que el existir
se nos agote.

Miedos parpadeantes

Corazones con tendencia suicida
que buscan abrigos en el pecho
de los presos
con la esperanza de encontrar
un refugio de las balas.
Momentos que temen caer en el olvido
y difuminarse en la niebla
que mancha la felicidad de lastre.
Hojas de otoño que nacen
sabiendo que su futuro acabará
cuando se tiñan sus cuerpos de amarillos
y marrones.
Un andador de metal
que intenta aferrarse a las manos que lo sujetan
para aprender a mantenerse erguido
y no doblarse con el calor
que derrite el calendario.
Peces con collares de perlas
que arrancan de sus vecinas charlatanas
y sumisas
que se dejan engañar por unas cuantas
escamas
brillantes.
Al filo todos de sus miedos
que carcomen
sus venas
como polillas que abrasan los abrigos
antiguos
en los armarios.
Somos esclavos del sabor a desierto
de traumas mal curados
de fugitivas dudas que se esconden
bajo nuestra piel
de deudas con el pasado.
Somos el verdugo y la víctima
en la misma persona.
Cara y cruz de una moneda.
El reverso y el anverso
de una carta que se mofa
de una pésima partida de póker.
Y se ríen
con sonidos lejanos
que retumban entre las costillas.
Y nos rompen
por dentro
con embestiduras de hierro
oxidado.
Y despertamos
lo suficiente
como para acariciar la almohada
cambiarnos de lado
parpadear
y seguir con las pesadillas.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Un crimen perfecto


que lo que esperas es una mujer cometa
que surque tus cielos
y no los someta,
sino que los abra en canal
y los bese.
También sé
que tu meta es llenar el vacío de ausencias
con fotografías en color
y risas que truenen.
Pero, amor, no te hagas ilusiones
conmigo
porque solo soy una ilusa
que cree que crea versos (in)decentes
y traza líneas en la noche
cuando todos duermen
mientras yo sueño.
Así que te advierto
para que sepas que no sabes
lo que te espera
a la vuelta de las esquinas,
porque a lo mejor te asaltan por la espalda
y a traición preconcebida
para que caigas rendido a mis pies
de aguja
que laten
bajo lunas y soles.

Suposiciones de un ama de casa cansada

Supongamos
que una tarde se nuble
y aúllen los lobos bajo las alfombras
yo tenga fiebres
y me esconda.
Supongamos
que el pintalabios haga mella en tu piel
cabalgando entre marcas de otras guerras
y los soldados se rindan.
Que el polvo se levante
indignado
de los muebles
y se alce viento en popa
machacando con sus puñitos
los bostezos.
Quizá
se te enrede el pelo
y tengamos que llamar a urgencias
por una emergencia capilar
que afecte a tu identidad.
O solo nos quedemos ahí parados
enfrente del espejo
jugando al escondite con las sombras que se reflejan.
Supongamos
al menos
que una mañana nos despertemos
y vistamos las tristezas de lunares
que se arranquen por bulerías
que se desmayen del nervio
que hundan el techo con los tacones.
Dibujando realidades con colores
flúor
que llamen a gritos a las llamas
que se haga toda la cama cenizas
que estallen las bombillas y la oscuridad huya
que se lancen en carrera las escaleras
tropezándose unas con otras,
de forma que la bajada sea solo
una entrada al cielo.
Y cuando quede todo hecho
un caos verdadero,
cuando los cristales bailen entre nuestras manos,
cuando las vecinas
con rulos
griten que nos callemos,
levántate como Lázaro y anda
para ordenarlo al completo,
que yo hoy
no estoy para locuras.

Se apaga

Bienaventurados sean todos aquellos
que te pudieron seguir en procesión
hasta tu altar de voces sin fondo
y golondrinas de neón
que rayan el cosmos en tu frente.
Peregrinos que se adentraron
en ti
empujados por una gravedad
que evoca olas
por las que surfean los milagros
en bañadores
de trazos entreabiertos por la sal.
De rodillas ante tus cielos de azul fuego
rezan los creyentes que te suspiran
con las manos unidas a punta de labios
y pecan cuando se atreven
a mirarte a los ojos
desde fuera
hacia dentro.
Como abrir una puerta en una cascada
que caiga fuerte sobre el pecho
y lo corrompa.
Como retar a las cenizas en fugacidad
y atraparlas en oxígeno que flota
por estrellas rebosadas
de tantas manos con ansia de volar alto.
Bienaventurados sean todos aquellos
que a pies descalzos van bebiendo tus pasos
entre caídas y golpes de costado.
Y ante las puertas de oro
que se abren solo para dejar entrar
y no salir
te exclaman que vuelvas a sus tierras
para que las riegues de hondo placer
y renazcan con aleteo de esperanza.
Pero vuelas
y te alejas
para que nadie te atrape entre halagos
que no te llevan a otra cosa
que a encerrarte en cárceles de rosas
sin espinas
y de plástico.
Y sigues volando
hasta que en tus piernas solo queda dibujada
la palabra libertad.
Cuando caes con los brazos abiertos
e inertes
sobre tu cabeza
y te deshaces de las cadenas,
sonríes
y el mundo
sin pensarlo dos veces
se apaga.

Analizar fantasmas

Analizo las caras de las marionetas
por si alguna siente el miedo
ante la necesidad de salir corriendo
y enredarse con mis cuerdas.
Las analizo por si alguna de ellas
se plantea la idea de beber cócteles molotov
y explotarles en las pestañas a los de arriba.
A los de nube los apunto con mirada de crimen
y amenaza de grito que raja
y empuja
y mata.
Porque destripar ilusiones no gusta
y joder se les da muy bien.
Tal vez deberían dar cursillos intensivos
de cómo llevar trajes sin vergüenza
y corbatas que mantienen el cuello erguido
cuando le hablan a sus bolsillos.
Es magnífico,
es sideral,
es astronómico
y sin rozar lo vulgar
el analizar y destripar razones
para acercarme o matar.
Como un tigre que lanza sus uñas
y abalanza sus ganas al vacío
para llenarlos de algo más
que facturas y deudas que se acumulan
encima de su lomo.
Los hilos aprietan las muñecas
pero
¡cuidado!,
los cuchillos de escáner existen
y queman a la vez que descuartizan
elegancias revestidas de gestos maníos
y bigotes de rata.
Estafadores de vidas todos los del palco
y luchadores del silencio en las gradas.
Esta es mi conclusión:
existir suspendidos en la porquería
y pisoteando hormigas
no sale rentable,
porque las hormigas
cuando tienen hambre
muerden cimientos
pero también tobillos.

Donde nadie nos ve

Parada en mitad de la habitación
ventanas y a corazón abierto
y cortinas que ondean como la vela de un galeón
pirata.
Parada de ojos cerrados y boca abierta
como un buda de oro
pero más pesada.
La cabeza se inclina hacia atrás
y se arroja al precipicio del inconsciente.
Volando con alas de acero
en mitad del desierto de cristal y hielo.
Por laberintos que arrastran corrientes de fuego
por labios sedientos de sueños
por grietas que van desde dentro hacia afuera
y viceversa.
Persiguiendo el olor a muerto recién vivo
que se enreda en los balcones a media noche
y se emborracha con la absenta de los besos
a media voz
y de plata.
En las farolas orinan los indigentes
y los gatos que maullan bajo las puertas.
Donde nadie los ve
y se sienten dueños de la ciudad
entre tanta mierda y jeringuillas de rojo y cielo.
En el inconsciente me siento y espero
hasta empaparme los ojos de realidad.
Me miro al espejo
y cruje dentro
fuerte.
Lo rompo en mil pedazos
con manos de temblor gimiendo,
se mezclan con las paredes
y se creen rompibles ahora que alguien les ha dado un pellizco
con la furia
de los párpados.
Donde nadie nos ve
somos seres únicos
e irrompibles
que vecen reflejos de tinieblas
y les ganan carreras
a la vida.

martes, 20 de agosto de 2013

Desahucio de sentimientos

Las tardes se amontonan bajo sacos de cal
y se van erosionando creando agujeros
por donde escapan las ganas.
Las hojas se van tostando
y sus venas se solidifican sin dejar pasar la vid
de la vida.
Las nubes no tienen fuerzas ya
para hincharse o insuflarse gas
y se vacían y se marchan.
El cielo es solo un montón de agua
donde se hunden barcos de papel
y peces con alas.
Las agujas del reloj se vuelven bulímicas
y vomitan instantes congelados y rebozados
en el aceite que engrasa su maquinaria.
De repente explota la memoria
y las fotos inundan la casa
ahora vacía
y destripada.
Cuando saliste por la puerta de entrada
cometiste el error de mirar tras tu espalda,
verme en los ojos la tristeza
y los gritos ahogados.
Las gargantas se quebraron
los pies aceleraron
y se cerró la tijera sobre los hilos
que nos suspendían
como si hubiéramos alcanzado el nirvana.
Las tardes se siguen amontonando
hoy
ayer.
Pero mañana las forzaré a mudarse
al desván
por mucho que deseen echar raíces en mi pecho.
Es hora de desahuciar sentimientos.

Cambiaste y perdiste

La ausencia se crece al brillar por su reflejo
alimentándose de sombras y bocas vacías.
El sol cae y rueda
y se convierte en peonza de fuego que ruge
para continuar su peripecia
hasta la extinción del hielo.
La luna se besa la espalda y su silueta oculta
se mantiene erguida
levanta una mano
y saluda a los tejados.
Mientras el universo se contradice y tú no está,
la cama intenta pecar al mentirse
y contarse cuentos con final incierto,
envidia otras habitaciones
y entonces calla entre lágrimas de almohada.
Cuando no estás
los jinetes que arrancan flores presas
pasan en carrera por mi frente
y se esmeran en trotar en mis sienes.
Y es que ni el vino arregla mi desorden,
ni la poesía se afila
y te clavan cuchillos en el alma.
Porque tú manejas los hilos,
haces budú en las esquinas
procurando esconderte de las luces de neón
de esta jungla urbana
en la que las panteras son devoradas
y las hienas ya no se ríen
frente a su víctima.
Tú convertiste este mundo en osadía
con tus manos vagando de estrella en estrella
y tu pluma rebentada en mil gotas de tinta.
Ya no eres el cuerdo de antes,
verso en mano
y estrofa en párpados.
Ahora solo eres una esfinge que se tumba
en la arena
y observa cómo se hunden los corazones
que tocas a la deriva.
Quedaste en el fondo de todos los cajones
por los que pasaste,
en mitad del odio y el olvido.
Por ello la vida pasa de largo ante ti
sin rozarte las faldas si quiera
y te mira desde la distancia:
porque hielas aunque ardas.
Y eso,
te jode.

Siempre que apareces a tiempo

Tocando la tierra estoy
atada de pies y manos
mientras las suelas pisan
y las piernas
flotan.
Vuelo boca abajo para que los pájaros
no me taladren las alas
se mofen de mi caída
me manden al infierno de un bramido
y me piquen los ojos a mansalva.
En un torbellino de calendario que chilla
por salirse de cuentas
y parir un poco de interés por el mundo
que parece que escasea.
Dando vueltas sobre mí misma
con las pestañas enredadas
y los suspiros atascados en la laringe.
Una voz que lame la carne por salir a nado
en mitad de la nada y el en centro mismo
de la incertidumbre.
Una voz que se ahoga en un vaso
tan diminuto como sus acordes
y tan frágil como su cuerpo de cristal.
De ecos estoy llena
con huracanes de ausencias
y la brújula rota colgada de la frente.
Me arrojo al asfalto buscando piedras
hechas de esperanza
y tropiezo con el hastío gris
que rodea esta tierra inerte que ladra.
Los cabellos se me salen y se encajan en sitios inverosímiles
se apartan para dejar ver el cráneo golpeado
y se retuercen.
La cara contra el suelo
y los sueños en polvo.
Todo es morado en este cuadro
con un marco de puntas que corta ropas
y dejan desnudos los cuerpos.
Cuerpos de oscuridad como el mío
que peca de subcielo
y no llega nunca al firmamento.
No, ya no vuelo.
Y los pies se me enredan en la corteza cruda
de la Tierra.
Pero es entonces cuando se alza una sonrisa
entre todas las demás
se dirige a mí
me tiende la mano y lo veo
inmaculado y sereno.
Y está ahí de pie
mirándome como un tonto no mira al dedo
mis piernas se despegan de la lava
y salgo de los grises,
salgo de tan poco para quedarme en tanto
en el tanto que queda por vivir
y rozar con los dedos.
Ganarle una carrera al cosmos
desnudos ante el miedo
y tentar a la suerte
para que tiente al miedo,
cuando llegas a tiempo
para sacarle la lengua.
Porque la eternidad es lo que nos falta
por acariciar
y tendremos barcos sobre los que navegar
y emborracharnos
cuando la noche nos ofrezca un tercio
de infinitud.