jueves, 9 de mayo de 2013

Despedidas

Con tan solo un roce de tu mirada se clavaron en mí las garras de un hechizo con final incierto. Un aura de finitud lo rodeaba con recelo y se expandia hasta llegar a límites extremos, dejando al descubierto la coraza de mi amado enemigo. Con la sonrisa a punto de nacer y la vida a flor de piel, nos acercamos y anduvimos en silencio por las sombras de aquellos sueños frustrados del ayer. No fueron necesarias más palabras porque ambos sabíamos que el principio del final habría de llegar. Ya solo faltaban los hechos que proclamasen con luces de neón la noche que se nos avecinaba. Fugaces y hermosas estrellas fuimos en mitad de un tumulto de piedras; logramos superar los rédords de noches comiéndonos a besos y contándonos historias de final feliz. Ayer fuimos eternos por breves momentos, seres finitos que se creían dueños de este mundo, personas que temblaban, cuales hojas de otoño, al cruzar sus miradas. Ambos fuimos ese color que le da sentido a la primavera, la nieve helada y hermosa que cubre la tierra en invierno, el cálido atardecer en un día de verano. Fuimos todo y ahora solo nos queda la nada. Nos escuecen las manos y el alma añora lo que el corazón tuvo en su pecho. Las huellas se borran en la arena, las devoran las olas y se sienten impotentes al verse desaparecer de esa forma. Solo en su pecho supe que también podríamos alcanzar los techos de esa bóveda celeste que nos miraba con altanería, y que, quizás, no todo es imposible ni es nunca demasiado tarde.
Una mañana y de forma inevitable, bajo la roja aurora, la trompeta que anunciaba el último vals sonó más alta y clara que antaño, y se rompieron los lazos que nos ataban el corazón. Nos miramos desde dentro hacia fuera, nos tocamos los sueños con dedos fríos y torpes. Lloró el cielo. Esta fue la despedida, el comienzo de la nada.