lunes, 23 de diciembre de 2013

Pese al desangre.

Que se junten de puntillas las baldosas
bajo los nardos aceitunados de tus ojos.

Que se deshaga en latidos el tiempo
entre la espuma de oro derramada por tu espalda,
toda la tuya espalda.

Que la sangre salpique de lenguas
lo que tus venas no bebieron en la cuna
y nazcan de tus dedos las gaviotas más libres
que puedan asesinar a los peces inocentes.

Un velo de estrellas nos mira esta noche
desde las aristas de los sueños,
mientras el balcón se llena de hojas muertas,
muertas como las macetas boca abajo de nuestras manos.

Tú lo miras, al velo, ensimismado en la superficie,
en la silueta del olvido por encima de su vientre,
y lo saludas como se dice adiós a un hermano:
con la mano dejando escapar el aire que aprisiona los recuerdos.

Yo huyo de la oscuridad sin ti,
es decir, intento correr lejos de mí misma
y perderme por las calles que susurren tu presencia,
porque ya no quiero más inercia que la de mi gravedad
sobre la tuya
y no sé cómo sostenerla.

Tampoco sé si sabes que los puentes ríen porque la dulce agua que los acuna
no cesa de parpadear por entre sus dedos,
de ahí que ellos levanten mi falda
cada vez que te saco de mi mente
y les muestro tu rostro en mis rodillas.

Se parecen a ti, ¿sabes?
A los puentes me refiero.
Tienen ese toque amargo como de canela humeante,
rebosantes de utopías y frascos de mariposas que me golpean,
un cóctel que murmura versos y canciones
de sombra y destello;
aún no te he conocido y ya olfateo
tus huellas marcando mi cuello.

Que la marea te coja sobre sus hombros,
como el niño que fuiste,
y te lleve a ver el Sol desde su nuca;
cuentan que si alborotas sus cabellos
te tumba la tormenta de truenos más bella
de toda la ciudad submarina.

Que la Luna duerma sobre tus piernas
de tronco bebido por las orillas del bosque
pero no despierte,
por si al abrir los ojos quiere devorarte
con sus dientes de claveles disecados
y yo no esté junto a ti para que mis pupilas
lo hagan primero.

Que mi vigilia sea tu alma en la penumbra del cielo rasgado
por las promesas que encadenaron a mi garganta,
tiempo atrás, cuando el mundo era un garabato
que jugaba al escondite con mis pulsaciones.

La tinta que te derramo intenta arrullarte
en mil hojas de plata,
cortantes y extrovertidas
como las gotas de sal que entran en una herida,
en una llaga que pronuncia tu ausencia;
la clave es el yodo que la cura
a pesar del dolor.

El dolor es lo que siempre recordarás
a pesar de los chasquidos de mandíbulas
que hayas sumado, ¿lo sabías?
Supongo que sí,
al fin y al cabo
eres mientras yo
no soy poco a poco.

El autobús que relincha a dos parpadeos alejado de mí
me llama como repiqueteando la lluvia en mi frente,
una y otra vez,
pero yo sigo aquí,
desgastando lo desgastado en masticar y tragar
un litro de saliva al imaginarte lejano
como ese reloj bailando en tu muñeca cada vez que me mirabas
con el filo de tus ojos.

El reloj es el único ser vivo
que merece la pena de muerte.

¿Cuál era tu nombre?
Las aureolas que se formaban por entre tus rizos
intentaron decírmelo;
fue en vano.

Estuve esperando media eternidad a que pisaras mi costado
y comieras de mi pecho cada vez
que quisieras abrigarte de lo amargo;
giraste tus pisadas de manecilla
y el viento sorbió mis ansias ya marchitas,
sin embargo.

Que la duda no te abrace por la espalda
antes de que yo lo haga,
de lo contrario
tendré que matarla.

Prefiero una cuchilla a la mediocre pistola,
deja escozor en los labios y en la punta del recuerdo;
creo que se asemeja a ti.

Que tu barba no dibuje estelas en otros cuerpos
cuando la vida gire mi espejo
para no verme temblar de celos,
de miedos,
de garras que me interroguen y saquen de mi centro
la estúpida historia del pozo sin suerte.

Es una noche preciosa para caer muertos de vida,
¿sabías?
Bailando al ritmo de tu iris verde,
verde sangre que por mí circula
creando espirales de huérfano deseo.

Espero que tu voz de velero llegue pronto
al puerto de mis besos
para poder sacudirte, así, todas las anarquías que meza
tu eterna caricia de ángel de fuego.

Mientras tanto,
y pese al desangre,
seguiré soñando abrazada a la figura insomne
de tu nebulosa.

domingo, 22 de diciembre de 2013

En vela

Bajo las sábanas oigo unos pasos rondando el vacío
de unas paredes raquíticas de nostalgia
y me congelo en cristales cuando duermen
las huellas en mis brazos.

Suenan a humo, los pasos, a humo apelmazado
en los cabellos del tiempo;
perdidos en las sombras que acechan,
que miran hueco,
que lloran,
que olvidan.

Me encierro dentro de mi pecho
pero el zumbido no abandona,
gira por mis rizos y se me cuelga de las miradas,
como si por jugar a no tener vértigo
fuera a ser eterno.

Levanto una mano intentando rozar el cielo de cemento
y mi cuerpo se abre en palabras de fuego,
pero ninguna logra salvarse de la noche
que acaricia, serena, mi espalda.

Los pasos siguen adentrándose en mis venas
sin compensar los besos de menos en los costados del alma;
se me fracturan los hombros de sujetar las lágrimas no derramadas,
los roces huérfanos de piel,
las bocas mudas en los rincones de mis piernas.

El centro del colchón comienza a vomitar alas sin nombre,
los pasos se aceleran,
las pupilas afilan las uñas,
la madera es una mancha desprovista de escrúpulos
que baila a la velocidad que se ciegan mis oídos,
y solo el eco dormido junto a mí
fue capaz de salir ileso de aquel surco de tinta que comía
de mis manos:
una jaula hecha de suelas desgastadas de unos pies descalzos.

Los míos.
Eran los míos.
Lo supe cuando se me cerraron los ojos
y el caleidoscopio de sonidos apagó todos sus colores
en un chasquido voraz.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

La eterna sonrisa de la guerrera.

Tenía un gusto a almendra en los ojos,
chocándole sus venas con las sombras
que perseguían sus canas.

Un gusto amargo, pero ácido y melancólico,
como una hoja que se deja sacar a bailar por el viento
y después cae rendida al fuego sediento de vida.

No sé cómo explicarlo exactamente
porque sus pupilas eran la llave que cerraba
las ventanas ante el frío,
protegiendo el amor de los cuerpos en su regazo
aun cuando el hierro se vencía con cada nevada.

Tenía unas manos que abarcaban el mundo entero,
-o al menos el mío-
y lo zarandeaba suavemente al ritmo de sus escasos latidos,
acunándolo para curarle de todos sus monstruos.

Siempre el reloj enroscado en su muñeca
y despojos de ramas secas sobre las rodillas;
nidos de cuco en las pestañas
que cantaban a los recuerdos dormidos.

Fue un ciervo huyendo de las cavernas
sabiendo que pronto comería
en alguna de ellas;
caballo desbocado oscuridad dentro
cuando todas las respiraciones
se derrotaban en espirales rojas.

Pero eterno pétalo que volaba
a pesar de los temblores nacientes
de sus tímidos filamentos;
pluma encontrada en mitad del oleaje
entre estrellas sostenidas y bastantes bemoles;
suave pez que esquivaba
cada ancla divina.

Tocó la tierra con sus dedos en un último intento
por sonreír,
y la primavera marchitó sus flores
porque jamás serían capaz de igualarla.

La espada que blandió cuando la luz sentía en blanco y negro
reposó su cabecita rizada
junto a las almendras de sus ojos,
y juntas desplegaron las alas.

El cielo tiene que intentar ahora ser tan grande
como lo fueron sus manos.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Epitafio

Por extensa que sea la fiebre
el ciervo acabará por romper su cornamenta
contra la corteza del hastío.

Otros callarán sus nombres
bajo patas de un azul débil
mientras fingen oír a los pájaros
                                                    [inertes]
de sus vientres.

Los cuernos caerán
rodando por laderas de pétalos amarillos
como las alas de todas las sonrisas congeladas.

Las voces rebotarán entre las costillas
abriéndose paso el hambre
de carne vibrante
                                                      [el eco en sus frentes].

En las fronteras,
hojas y rocas se desnudarán de tacto,
de piel,
de corazas.

En las orillas,
un canto suave se enredará
con los cabellos de un ángel.

Y de los párpados nacerá la luz de una nueva fiebre,
viajando sobre espaldas de cieno que, temblorosas,
arrojarán flores al pasado
desde la cúpula olvidada de vértigo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Echar abajo la casa.

Por entre los dedos vuelan los segundos soñando nacer
en las hojas en blanco.
Entre los párpados se graban las palabras que no salieron
del pecho del estómago
las ventanas...
Los espasmos de amor ya no habitan
ni siquiera bajo las sábanas
ha llegado el invierno y con él
la espera la inexactitud
de la espalda mojada en versos
el filo de la espada contagiada por el óxido
que bien podrían ser lo mismo
si fuéramos más de nosotros.
La ducha se ha atascado.
Las promesas rebosan un fregadero que ya no quiere
ni sentir los platos.
Se derraman las lámparas
la luz baila en los balcones con las flores sin pistilos
porque se los han arrancado a fandangos.
El aire huele a duda
a orina
a humedad en la mirada.
De comer fresa, ácida como nuestros labios
que son los de todos los niños agujereados por mariposas.
Muertos en la piel
con el rostro transparente de tanto lamerlo.
Las mejillas maquillan los besos desnudos
cuando los labios se interrogan entre el norte o el sur.
¿Hacia dónde?
Por entre los dedos se nos van formando en las muñecas
soldados de arena roja.
No sé la cantidad en la que nos herimos.
Ya no recuerdo más que nuestros cabellos por el tejado,
repleto de gatos todos ellos Saturno
cuando nos miran al alma.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Todos somos

Enamorado del alma de las amapolas,
un ciego en el borde de un balcón
habla con sus manos marchitas
de tanto ver la vida.

Frágil el balcón que con su falda
llueve sobre las amapolas,
otoñecidas flores por la pena encogida
en un bastón que tirita.

El hierro se oxida creando arabescos
en torno al ciego que contempla
su rostro
sobre los ojos de pétalo
como boca de lobo.

Una brisa cruza su mundo
envuelta en arrugas;
el ciego
el balcón
las amapolas
ya dejan de llorarse en las sombras.

Fui mi espejo

Entorné mis ojos hacia el subsuelo.
Un hogar de araña palpaba las paredes
con gritos de tela
que se deshacían en suspiros de pólvora.
El Sol mecía una cuna de ausencia
con la sonrisa gris
del mudo por amor.
Giré los pies hacia el pasado.
Vi un rostro de nadie
con la boca desencajada
en un frío seco.
Detrás de esos labios firmados con tinta
se acurrucaba desnuda una mirada de narciso.
Se retorcían sus pétalos
a cada trazo de Luna
que iba congelando sus bordes.
Arqueados sus párpados,
a juego perdido con su espalda,
se dibujaban las nubes de cieno de su frente.
Una frente
aullido sin tormenta
capaz de cruzar cualquier mar
sobre su vacío más punzante.
Levanté las manos hacia el hueco
que habitaban unas huellas
ya no tan mías
y mi sueño se enredó
en la silueta que me esperaba al otro lado
de mis pasos.
El rostro afiló sus colmillos,
guió sus pies hacia el ahora
y cayó entre nosotros
un rastro de narciso ahogado en puntos suspensivos...

viernes, 29 de noviembre de 2013

Armas de destrucción masiva.

Podría hablaros de secretos
que la tierra guarda bajo sus raíces
para renacer en otras bocas.

Secretos en formato milagro
que aparecen como de la nada
para llenar el todo con miradas de Luna llena.

Como las aves que calculan su ritmo
y se amalgaman con el chasquito del viento,
habló
y el existir cobró vida.

En el filo de los dedos
las hormigas se acurrucaban
de la intemperie revestida de olvidos
mientras el reloj nos miraba altivo,
desde su balcón de oportunidades rotas...
desde su ventana de negros atardeceres...

Podría barajar todas mis cartas ante tus manos
y perder siempre la partida,
o salir de mi círculo maldito
para desnudarme frente a ti...
para sudar menos miedos que quizás hay en una espina...

Un abrir de ojos que no cesa en su intensidad,
un vuelo que no se corta por el vértigo,
unos pasos que siguen surcando sus estelas
sin heridas que les griten
que es imposible.

Me gustaría ser más pájaro sin jaula
por si fueras a aparecer de nuevo
a pesar del mar de eternidades que nos separa...
por si quisieras querer más para huir nunca...

Podría leeros el libro de las escuchas al corazón
pero mi latir está ausente
como las rocas cuando las miras
las pisas
y sigues hacia delante,
o deshacer los lazos de mi espalda
para ensanchar mis alas muertas.

Pero los pasos se han truncado
y hace frío en mi pecho
ahora
que tus ojos minaron mi siempre
con armas de destrucción masiva.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Paupérrimo

No sé por qué
ni cómo
la luz atraviesa mi estómago cuando sonrío,
un haz que deshace resortes de futuro
y borra los labios del presente.

Me visto despacio,
con la prudencia de quien no está seguro de su existencia,
cierro las cremalleras por las que brotan palabras
y agarro las ventanas con el filo de las uñas;
aprieto,
recorro la madera desgajando su piel:
ni un grito de auxilio sale de su garganta.

La escalera baila bajo mis pies
deslizándose la mugre por entre mis respuestas,
el sol aguarda escondido detrás de la inercia.

Un par de ojos.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Hasta cinco son haces de luz
y se mimetizan con mi pecho.
Una vez.
Otra.

Las manos me otoñecen
al contacto con el aire,
los suspiros no humedecen
las gotas secas de mi epicentro,
el sol juega con la gravedad
intentando ahogarla bajo sus destellos.

¿Para qué nace el invierno
en todas las sábanas?

¿Con qué fin los espejos
me miran con lástima?

¿Cuándo se convirtió la sangre
en el manto de escarcha
que enmudece mi tacto?

Quizá me mueva bajo el cielo
y solo sea un pensamiento:
una arruga ínfima
encadenada a la tierra.

Querían.

Vi cómo lanzaban cabellos al vacío,
como esperando un hilo que conectara las utopías
con unas palmas pergamino un tanto mudas.

Y se hizo noche
el frío paseaba por encima del cielo
los astros escupían en la cara del miedo
las cáscaras de luz arraigaban en el centro del pozo.

Los gatos manejaban entre sus zarpas
frutos secos
encogidos todos en sus pieles
repletas de deseos.

Los mendrugos de pecados se deshacían en los labios
el hielo se encendía en córneas azules
tulipanes bailando con balcones cojos.

Vi cómo las calles se desnudaban de pisadas
como si por curvarse fueran
y libres.

Querían
besar el mar con sus manos de tierra
mojado el rostro del ayer
en el río de su vientre de cera.

De nadie

Estaba yo sobre la tierra
La tierra besándome los pies
Los pies acariciando las hojas
Las hojas montadas todas sobre la columna de los pájaros
Volábamos todos en sincronización con el viento
El viento nos aullaba bajo las olas
Y el quién saltó del precipicio a la duda

Adjetivación se sesgó entre la maleza
Se me cayeron las estrofas por entre los dedos
El equipaje se vació con un suspiro
Fueron Luna y Sol a encontrarse al otro lado
Se hizo un universo derrumbado por fronteras

El silencio reina en mi pecho
como mi reflejo lo hace
dentro del estanque.

sábado, 23 de noviembre de 2013

*

Pusieron los cuatro puntos cardinales
sobre el párpado del deseo
y los naufragios anidaron en el vientre,
cueva de espejos
arma de sombra
lecho amordazado por interrogaciones.

El agravio de la razón recorría las venas
en su abrazo a piel abierta,
el aura eterna tropezó en círculos cromáticos,
los lobos aguardaron,
la fiebre conquistó los latidos
que se iban devorando.

El rojo.

El veredicto fue.
Pasó volando ante la espalda.
Descendió por el vértigo de las pupilas
envueltas en lava.
Cayó con el firme peso de la carne flácida,
del secreto dormido,
de la lengua rota en versos.

Se perdió
entre las huellas de la memoria.
Esquivó el hielo apegado
a los movimientos de las estelas...
apegado al mármol naciente de las sienes...
apegado a la daga de sal que se entierra en el cielo
cuando las heridas se visten de estrellas...

Las hojas muertas decoraron las rodillas
como ramificaciones de los sueños que se escapan.

Cortes limpios en el alma.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Sueños que están ahí, al otro lado.

Siempre volvía.

Con el ceño fruncido enfundado bajo la corbata
con el calor del tinto subido a una espalda pálida
las manos desprendidas de nicotina
y papel de regalo cubriendo su cabello de plata.

Llamaba a la puerta con el silbido de la bienvenida
apoyado su corazón en su hogar
que lo abrazaba cada día con sonrisas agudas,
como las voces de las niñas que correteaban
alzando los brazos en busca de un beso.

Un verano que no se doblaba
vencía el hielo agolpado en sus venas,
purpúreas lenguas que le subían por la piel
trepando las sílabas de su escarcha.

Solía parpadear al pronunciar palabra
como si por aletearse la mirada
fuera a adueñarse del viento
que se formaba rondando sus hilos de pestañas.

Las noches de invierno insuflaban sueños eternos
donde el humo dibujaba arabescos
sobre su frente apenas arrugada
y las cuerdas de su voz
mantenían las sílabas encerradas,
protegidas todas del frío que otoñecía la ciudad.

Sobre los tejados dormitaba la aurora afilada
con dagas inexorables
y vino a despertar un septiembre
cuando todos
reían.

La piel desatada en mitad del sol
agujereadas las yemas
vomitada la esperanza de ver en la puerta abierta un verbo en presente,
los cristales rotos por fuerza de memorizarlos
o el cielo entrando para borrar su error.

Siempre volvía.

Aún
espero.

*

Hay que renovar los votos de latidos
Creer en el pez que se ahoga
El mar bravío luchando contra sus corazones
La piel que se levanta por las heridas.

Abrazar el cielo con los ojos
como si las nubes fueran
espejos colindantes con nuestras utopías.

Una ráfaga de grafito cruza mi frente escarlata
Un recién nacido me sale de la garganta
Es la lluvia dentro de mi abrigo lo que me mata.

Como si por soñar se materializara,
el viento se desnuda
se bebe
se llora versos sin escudos en los labios            [etéreos. espada.]

Las cuerdas del paraíso se afilan
Las flechas apuntan dianas y espaldas
La manzana es solo un cuento
Serpientes que maman del veneno de su escarcha.

Hay que añorar el vacío de las almohadas
por si al yo le apetece
funsionarse con las palmas de nuestras almas.

Es la nana que mece mi pecho
la que me apuñala.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Un paseo bajo los párpados

Unos dedos
que bombean
miradas.

La lengua
cerca del pecho
por si hay que jugar
a ser ciegos.

Con una promesa
garabateada en la nuca
y el nunca
en las faldas.

La carretera se hace cachorro
rebotan las pisadas
el túnel espera abierto
los maullidos alarman.

Derrumbamos las torres
los altares
el polvo de las estatuas.

Se incendiaron los cajones
refugios del ayer
la Luna hierve las noches
con su espuma nácar.

De los otros
el siempre agitando los filos
de una inercia que lo empuja
y
amarra las huellas
las huellas
olvidadas.

Los dedos siguen bombeando
miradas
de luz
de sal
de nada.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Moraleja

Caperucita sacó tinta de su cesta y lanzó gotas de "Te quiero" en la piel del lobo.
Lo atravesó como si de espuma enrojecida se tratase.

Un mar de versos rotos.

Ferozmente, él murió.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Proyecciones humanas

La vigilia del gallo
sobre sus alfileres rosados

Las vacas mugen
en múltiples lenguas

Los patos protestan
ante las migajas sobrantes

Los lobos devoran
la noche desnuda

Los cerdos gritan

Gritan

Hablan.

Marea

Prometiste
ser
inmortal.
El suelo llora.
Las nubes.

Las nubes remontan
sonrisas emborronadas.
Bajo el filo de un cuello.
El sol.

El sol se acaricia la espalda
camina
despacio
en círculos.

En círculos giras.
Peonza.
Tal vez.

Mañana
seremos
barco de papel.
Mojados.
Pies de arena.

Prometiste.

domingo, 27 de octubre de 2013

Amapolas

Un punto de sangre
me interroga desde las rendijas
entre baldosa y baldosa.
Con su boca lunar
va bebiéndose la distancia
hasta mis sienes.
Empapa cada rincón soleado
bajo las brasas de su lengua,
arrojando las huellas al vacío
de un mar sin acuarelas.
Silencio.
Mi garganta corre con paso incierto
hacia tejados que vuelen el surco
del punto en su centro.
Mis manos se mueven
siempre en sentido contrario
por relojes que marcan
las doce en punto
desde hace varios días.
Un punto de sangre
brota desde dentro
desde las mangas del olvido
desde la falda de las horas
desde el techo que se abalanza
sobre mis pestañas insonoras.
 El cielo queda cubierto
por uno solo,
por el punto,
que se expande conforme lo esquivo.
Mi espalda se encorva,
los dedos se alargan,
de puntas los pies florecen
en marchitas palabras.
Un punto de sangre
me interroga desde la fina piel que me arropa,
preguntando si es el frío el que me escuece
o
solo mi corazón
que por las escaleras
va dibujando amapolas.

Cromáticos.

En el círculo cromático de la existencia
conviven diversas gamas
de apariencias
inherentes
a las bestias.

El negro
es base de la jungla
y los tambores,
sus fieles
bocas de sable
que amparan sus lomos cobrizos
bajo la mano áspera
de la vorágine inhumana.

De un gris perla corrompido,
corrupto,
a veces sonrisa cóncava
otras mierda convexa,
se abriga la saña putrefacta
de las rocas de ricas
moscas.

Ambos reinos
con un linaje eterno
que cabalga entre mafiosas madrugadas
de soles mudos cubiertos por terrenos,
sepulcros sin saliva
y camas de crucifijos carcomidos.

Blanco,
Luz,
Claridad,
Caleidoscopio,
Cisma,
Incesante hambre
de esperanza.

Blanco,
relegado al exilio primario,
víctima de carceleros dorados,
prisionero,
guerrero,
ultraje a espaldas moradas
que con su piel arrojan
hilos de vida sobre las sombras.

Vértice flexionado
con rodillas en carne muerta
ante las panzas en cuarto creciente
de un par de espuelas.

En el círculo cromático de la existencia
se devoran diversas gamas
de olvidos
tatuados
con sangre.

Llueve en Consecuencia.

La noche tiene brazos
de sábanas huecas.
Un tumulto de sopas,
hirviendo,
recorre gargantas partidas
en sueños.
Pulverizados quedan los caminos
hacia el centro,
las costillas lloran
y el pecho se hace
jaula.
Los volcanes se petrifican
en la voz última de las nubes
mientras
el sol muere
en manos cerradas
repletas de verdes.
Ambulancias
que habitan en las venas
como auras eternas
de fidelidad a los espejos.
Sirenas que cantan versos
arrojados a la mar
con sus lágrimas perdidas
en amaneceres
con dueños.
Los destellos
solo ciegan
a los ciegos,
y el cielo es solo
el hábitat
de los recuerdos.

martes, 22 de octubre de 2013

Humano

La débil lluvia que golpea las ventanas
es solo la metáfora
del ciervo que huye de su muerte.
Truncados sus huesos en espinas de pólvora,
derrama su cornamenta
por los prados verdes
y, de luto,
se amalgama con las hojas secas,
naciendo raíces de su ser,
dando a luz a otra vida:
árbol a cielo abierto
en el paladar
que canta para aplacar los disparos
contra la libertad.

Preludio para un cóctel Molotov

Una esfera que explota en su vientre
por salir de sí misma
y abandonar el hueco de soledad
que anida en su garganta.

Esa es la Tierra                       (tan de ellos)
que reposa intranquila
sobre los hombros de pocos
y la dignidad de muchos.

Los helicópteros sobrevuelan la paciencia
de los exiliados de la libertad;
los helicópteros vigilan
con sus brazos cortantes
el movimiento predeterminado
de los surcos en las calles         (surcos de vómitos; inundación de vacío).

Arrancaron el sueño de nuestras cunas
y ya no hay más hogar
que unas manos con demasiadas cifras.

Los armarios                            (desprovistos ya de polillas)
sufren una indigestión de miedos
cuando estos solo quieren
ahorcarse con alguno
de sus monstruos.

Pienso,
las gallinas picotean el verbo
mientras las fieras
acechan sus alas
por detrás.

El mar intenta expandir su apetito
y devorar lo decadente,
ahogarlo todo entre gritos
que mezan utopías.

El sol arde cada día con más intensidad
soñando el derretir de cada papel coloreado,
feto de árboles desterrados,
hijo de oxígeno comercializado,
heredero de un futuro asesinado.

Existir
parece ser
una afirmación
un tanto dudosa
en esta pirámide de
                          moscas.

Las cuencas están llenas de nada
y el todo rueda junto a la balanza
de piedra
con la mirada ciega
de tantos cristales entre pestaña y pestaña.

Qué culpa tendrían
el gato y la liebre
de que desgajaran sus pieles
para vestir al lobo
que sonreía siempre
entre dientes.

Cuándo nacieron las arrugas,
cómo surgieron el odio y la codicia,
por qué los daños hacen madurar
cuando estos solo se rigen por el cuánto.

El dónde
está perdido
en su llanto.

El aleteo de un diminuto pájaro
abre los ojos al ocaso.

Tormentas que hieren escudos
y falacias travestidas con cruces.

Dientes de león
que transportáis vuestras bombas repletas de sueños
por el aire rebelde,
despertad del otoño,
descuartizad la escarcha del invierno,
asesinad los huesos amarillentos
con manos sin titubeos
de las sombras que se ciernen
sobre nuestro
cielo.

Martes sin 13.

Si pudiera cazar los sueños con el alma
para besarlos después.
Si pudiera, por un segundo,
rozar tu eternidad.

I

La vida se descompone en cristales
a medida que la arena cae
en nuestras huellas.
(Vacío en el pecho
cuando se golpea
rozando
solo el centro).
Exprimiendo bocas de jugos amargos
y desdentando realidades con disfraces
de la talla de sus rompecabezas,
la vida gira
como una puta peonza
entre el espacio que aleja
nuestro existir.
Se burla como una hiena
al ver nuestros brazos extendidos
por si a la tierra le da
por huir con el mar
y borrar los caminos de vuelta
y los billetes caducos
y los suspiros
y los trenes...

II

Ganemos una tregua para embotellar
los aviones
el condensarse del aire
su desplome
que nos desnude
se retuerza en la sal de las heridas
banderas de nuestras pieles.
Que nunca supe de circuitos establecidos en el cielo
porque te quiero anarquía
ojos rojos, amarillos, morados,
abiertos
mirada hacia el centro del mundo
desentrañando los espejos que te alejan
de mis yemas de volcán;
que ardas,
deseo.
Tampoco me bañé en exceso de corazones,
la sangre suele llegarme hasta el
cuello
cuando abrir mis ojos
es intentar desenterrarte de un presente huracanado
y no acariciarte con lengua de tinta
se transforma
en una bóveda huérfana de luz.

III

Noche gris y muda.
Luces dormitan.
Gatos comen sus ratas.

La noche.
    Las luces.
        Los gatos.
            Las ratas.

La vida que vuela y nunca
nos desata las alas
está cruzando el asfalto,
con los pies doblados
de tanto tumbar esperanzas.
Con los brazos lánguidos
tras sostener el humo
y las lágrimas
entre sus bolsillos y corazas.
El pelo erizado
como fiera indomable
colmillos oxidados
lengua afilada.

De un ámbar ausencia
se tiñen mis ojeras.

                           Acelero.

El freno pierde la paciencia
y propina una coz a la fuerza
que lo empuja
hacia caderas ajenas.

                           Acelero.

El crujir de los kilómetros
asalta sábanas sin versos.
La Luna grita
aguda
redonda
hueca.
Arañas viudas
sonríen,
negras.

Deshilachada en cristales,
como una lluvia de piedras que chocan
contra mareas humanas,
se arroja la vida
rendida
cansada
ciega
sobre nuestras espaldas
liberadas.




jueves, 17 de octubre de 2013

Otoño abierto

Un nombre tumbado en las aceras.
Telarañas filtran
el opaco mundo de hilos
que rugen
con las virutas de pasado
sobre las pestañas.
Una palabra que cae
precipitando la salida
de la orina
por los barrotes oxidados de la vida.
Lenguas que se engarzan
alrededor de los huesos
resignados a derretirse
bajo el hielo de ausencia.
Unos ojos que gritan,
enmudecen
y palpan las arrugas
de la tierra grisácea,
como perlas que lloran
al sangrar destellos de mar.
Demasiada sal
para una sola espalda.
Pocas son las horas
cuando el silencio
es el que acecha
bajo la noche enlatada
y un río de frentes muertas.

lunes, 14 de octubre de 2013

A la intemperie

El vuelo atroz
de una mariposa blanquecina,
como el prefacio
de una mañana sin pan,
ondea a la intemperie de cabezas vacías
sobre montañas de círculos
unidos por órganos y músculo.
Como banderas negras que
se alzan
sobre la sangre apelmazada
en uñas antes rosadas,
camina el destino incierto
de la lluvia
encerrada en pechos derribados
por la impura inquina
del hombre.
Un desierto de voces
asola los hogares
y el fuego reina
en calles abarrotadas por piedras.
Dura es la piel
cuando con saña se la
alimenta.
Blandos los ojos
que sostienen pies
de oro
mientras soportan
una estampida de flemas.


Despiertan las manos huesudas
con carne inhumana
entre las rendijas
de sus palmas.

Confesión

Una mandíbula desprendida
de su sueño
roe los restos
de un quizá.

Con dientes torcidos por la roña
cabalgan los días
a medio camino
        entre
el estupor       y       palabras huecas.

La lengua se retuerce
sobre sí misma
ante el silencio ennegrecido
por la risa de los cuervos,
haciendo intranquila la noche
desnuda de rosas en cunas con barrotes.

Las encías son pinzas
de madera carcomida
por las que el frío se adentra
atravesando los labios;
grietas intermitentes
nacen
para ser
siendo
dolor.

Vacío en la garganta,
agujero de deudas
con las madrugadas,
una colcha hecha retales
y la necesidad imperiosa
de decorar el cuerpo
con tinta roja.

sábado, 12 de octubre de 2013

Bajo tu mundo

Mientras las manos se rasgan
con el devenir del tiempo,
los cuervos devoran
la inercia de la gravedad.
La ropa tapa la cara
al aire que atraviesa
sus piernas,
y el cielo no es más
que una rozadura
en las venas.
Mientras el fuego cruje
bajo los pies,
las banderas de arrugas
se alzan contra pieles
vírgenes de suspiros.
La Luna levanta su frente
hacia tu cuello
con intención
de arrancarte los miedos.
Una burbuja de luz
se posa
entera
en la rama seca
del ayer.
Las hojas caen
para acariciar tus pisadas.
Tras el espejo
se esconden
los mapas
hacia tu garganta.
Perdidas en tirabuzones
de olvidos
camino hacia tu espalda,
apoyadas en amaneceres congelados
en besos de acuarelas,
se encuentran promesas
calladas
por otoños sin rostro.
Mientras las sábanas arropan
sueños empapados en sal.
Mientras lo ajeno se retuerce
por adentrarse en tu pecho.
Las hojas
siguen cayendo.
Bajo tu mundo
crecen
auras eternas
de resurrección.
Se rinde el invierno
a tu encuentro.

martes, 8 de octubre de 2013

Fantasmas

Pienso en las ciudades
que lloran por sus cementos efímeros
y se me parten
todos los alambres
del alma.

Sus brazos,
puentes levadizos
hacia ninguna parte,
ruegan por desplomarse
en sábanas sin asfalto.

Sobre sus hombros
se alza la codicia
de gigantes de arena
que danzan al ritmo
de cifras ajenas.

Un pájaro sin alas
picotea
los semáforos que lo distancian
de sus partituras celestiales;
los ángeles agitan sus puños
contra el sexo de las aceras:
duelen las flores
cuando se bañan en orina.

Cruzan cebras
pasos en ámbar
entre leones desdentados
a carcajadas.

Los perros son los dueños
y la ciudad,
su esclava.

Y yo las miro
a esos ojos que ya no ven nada,
suspiro,
voz entrecortada,
lamo la escarcha
de su espalda.

La noche cae
con las sombras
posadas
sobre mis rodillas.

domingo, 6 de octubre de 2013

Cuervos blancos

El rugir de una sierra
Atraviesa los barrotes
De una celda interna.

(Escupideras rebosantes
De esperanza violada
Por salivas que supuran látigos.)

Se adentra en lo profundo
Del ser
Y tiñe cuervos de sombra
Con el blanco polvo
De muros y cadenas pisoteados.

Metal recién cortado
Que sangra libertades
A un cielo desprovisto
De fronteras.

Marea de nubes
Que grita
Y escapa del oro
En manos podridas.

El aire
Nunca podrá
Ser
Embotellado.

Casa y polillas

Lo llamó Amor
mientras todo
                  se le
                       deshojaba.
Sostuvo sus tripas descosidas
con su boca de azúcar
y sus peces de hielo
                                se le
                                     derritieron
al absorber latidos de neón.
Ahogó las cabezas que pululaban
en las esquinas del pasillo,
en su vientre
                 se le
                      congelaban
las ramas secas;
sonrisas caducas en cada lunar.
A pesar del huracán
que extirpó sus oídos,
escupió su incendio
hacia el pecho de
                         él,
plantando cada semilla de oxígeno
que le quedaba.
Lo llamó Amor
cuando sus labios
                        se le
                             borraban
con el suspiro encogido
ante tanto escombro.

sábado, 5 de octubre de 2013

Atardecer

Una bóveda de agua
recubre cabezas de alfiler
que tiemblan a la intemperie
de ojos amarillos.
Navíos carcomidos por el ayer
aguardan para liberar a sus cañones;
trino del cielo
que retumba
creando ecos de piedra.
El gris asesino de pulmones
observa a ras de su sombra
el torbellino de moléculas;
incesante centelleo
de ráfagas repletas de vida.
Las sombras agarran
con uñas vestidas de horror
la escarcha de miradas espumosas
bañadas en azul mar.
Aprietan,
retuercen,
hacen que los órganos
-títeres del alma-
escapen hacia otro hemisferio.
Una bóveda de agua
se posa a los pies del crepúsculo
para derretirse
sobre los besos de sangre
de la tierra.

viernes, 4 de octubre de 2013

Esperanza

Es aire
cuando duerme
sus miedos.

Sonríe con los ojos,
llora por las manos,
habla del pasado
con los puños en alto.

Huye de máscaras,
enredaderas,
barrotes de oro.

Le canta al vacío
entre sus piernas
con el amasijo de ausencias
que esconde en su pecho.

Baila desnuda entre líneas
con heridas abiertas
por donde ríos de tinta
le supuran palabras.

Esquiva las dagas del hastío,
las clava en muros de piedra,
cruza puentes de puntillas
sin temer al atardecer inexorable.

Hunde memorias
en aviones de papel
y sus comisuras se tuercen
-siempre hacia arriba-
cuando la Luna cae rendida
a sus pies.

Es amanecer
cuando mira al espejo
y agita sus huellas
para convertirlas en alas.

Es espuma que corre
por la orilla del alma
cuando se despoja de partituras sobre
la blancura
de un principio.

Aire. Aire y amanecer. Aire, amanecer
y espuma.

Fuego,
ella es fuego
que incendia
pupilas dormidas.

Un cuervo atraviesa
sus labios de leche;
ennegrecido el cuerpo,
corrupción de boca virgen.

Desilusión asesina
las amapolas entre sus garras
y escupe los pétalos
con rastro de bilis apelmazada.

Vuela ya la inerte Esperanza
en brazos del Tiempo;
dormir eterno
con la espalda cansada
apoyada sobre la curvatura
del punto final.

No
lograron
alcanzarse,
esta vez.

Prefacio

El cielo se amalgama
con fuegos fatuos:
superposición de fronteras
sobre los hombros de la muerte.

Un grito se rompe
a lo lejos,
choca con estruendo
en el centro del infierno:
aullido de lobo
abandonado a su suerte
por la espuma blanca
del mar;
es rostro ahogado
por barcos de sal,
líneas que caen al vacío
de palabras sin pronunciar.

La luz del faro ilumina
los espejismos de las pupilas
arropadas por corales
en la arena tostada.

Continente que se enamora
de su contenido
creando la utopía
de lo infinito apegado
a lo alcanzable.

Ilusión sesgada:
inicio de una danza
letal.

Giran las sombras.

Sonríen.

martes, 1 de octubre de 2013

Reposo

Las gotas tempranas
son verdes
cuando se acercan a
tus pupilas.

Espuma que estalla
en cientos de hojas calcáreas
ancladas a tus pies,
como remos sin barcas
o gaviotas sin gritos.

La lluvia
es verde
cuando se acerca a
tus pupilas.

Manto que recubre
la tierra de cafeína
coloreada por tus manos,
como girasoles anhelantes de Luna
o sombras que quieren ser
por sí mismas.

Verde el cielo
posado en tu espalda,
porque verde es la vida
sobre tu almohada.

Descansa.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Encerra(dos)

Un castillo prisionero
de costillas angostas
que intentan abrirse camino
por el hueso incierto
de los que sienten.

Piedra blanca,
el corazón,
decorado con
rojas esperanzas.

Cortometraje



me preguntaste
quién
soy
yo
en mitad del
enjambre de miradas
que nos censuraba.

"Tiempo
en construcción
o, al menos,
eso
creo",
contesté
con lengua temblorosa.

Entonces...

Tus labios,
como grúas.
Mi cintura,
ladrillos hacia el subcielo.

Lluvia de versos
que vuelan
sobre corazones
fugitivos.

Espiral

Las nubes entre las raíces.
Entre los ojos,
la impaciencia.
Las ramas sujetan árboles.
Arrugas en sus frentes,
murmuran inquietas.
El viento se cuela
por mis hojas secas.
Pronunciación,
tu nombre.
Pero yo,
yo no
quiero
escucharlo.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Líneas sin trazar.

Camino. Camino. Camino.
Caigo.
Precipicio.
Tus ojos.
Y así.
Sin alas.
Pero como si me las
dibujaras.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Justo a tiempo

Por las esquinas se va carcomiendo
la pared de su espalda;
l-e-n-t-a-m-e-n-t-e,
manos sin plumas
la rozan.

Agujeros que nacen de curvas
donde antes
aceleraban
besos.

Volcanes petrificados
en soles sostenidos
por lunas pasajeras.

Marcas de guerra
tintadas de azul desgastado
imitan un cielo caliente
de saliva y memorias.

Cofres de sonrisas al vacío
envasadas para futuras
catástrofes,
aguardan al despertar
de la luz por ventanas blindadas.

Por las esquinas se va derrumbando
la pared de su espalda,
y solo la fotografía
de aquella mirada
en su retina
fue capaz de cruzar
todos sus semáforos en
rojo.



El resurgir

Las sonrisas son
Amapolas secas
hambrientas de lluvia.
(Corazones que se precipitan
Sobre pies descalzos
De caminos y fronteras).
Las caricias chocan
Con el yunque de la fragua.
Faldas que suben
Y bajan.
Las olas se adentran
En el espejo roto
De la esperanza.
Resurrección.

Contagio inspirador

Sufro dentro del proceso digestivo
de la suerte
y me empapo de sus truenos
en forma de capas negras.
El cielo se desmorona
en azúcar y canela,
y los estómagos rugen
para poder atraparlo.
Explotan los brazos en lágrimas
ante el maná de besos
que les aguardan.
Sufro de banco abandonado
en el filtro de una calle
sin aros de fuego
ni hilos
ni alabastro
donde trazar curvas
y desafinar
las rectas.
Solo sufro de enfermedad
que versa las miradas
en párpados de tinta.

Érase una vez un "adiós"

Separaste cada capa de amor
que supuraba de mis retinas,
creando estratos de miel
demasiado ámbar
[peligro].
Una gota de sangre se derramó
en mi frente hundida
y bramó a cielo abierto
las letras de tu espalda.
Sobre la tierra de ganado sin cabezas
descansa el intranquilo sentimiento
de saberse bandera
en suelo sin pisadas;
balcón sin macetas
para almacenar esperanzas.
Vestidas de oscuridad, tus balas
nunca sonaron tan armoniosamente
sobre mi pecho:
desafiando huesos,
conquistando músculos y venas,
llegando a tiempo
al reloj sin cuerda
de unas telarañas oxigenadas.
Desarticulación de marionetas
en mitad de un soneto;
protagonistas: dos bocas
que se desafían
por ser
inmortales.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Seres humanos ¿superiores?

Con la noche sobre los hombros
pasean las estrellas,
encorvadas,
cansadas de una carga
superior a sus fuerzas.

Su visión unilateral
señala un horizonte cobrizo
como los plomos fundidos de lámparas
desgastadas de tanto mirarlas.

Horizonte desdibujado
contemplado por pupilas aguadas;
distorsión de lo real maravilloso,
vence la hoja afilada de la mediocridad.

Mugre, goteras amarillas,
chapotean entre los charcos de cal
de una existencia yerma
basada en cifras,
sexo sin amor,
carencia de palabras,
violencia bañada
por trajes
y corbatas.

A lo lejos,
los elefantes unen sus trompas
como símbolo de la victoria
sobre el hombre:
ser incapaz
de vivir más allá
de su burbuja de cristal.

A contrarreloj

La rapidez de las caricias
por carreteras secas de pestañas sonoras
atraviesa toboganes de voces
y cables que unen
filamentos de estrellas.

Carteles que rezan
con las manos cuadriculadas
levantadas al cielo de verde botella.

Galerías sin luces ni acuarelas
cierran sus ojos
hambrientos de almas vibratorias.

La rapidez merma los dedos,
ata los pies,
enmudece a las rodillas
de cardenales pecadores;
lunares que bailan
al ritmo de la tinta.

El motor bajo las suelas
no detiene su arritmia:
jungla urbana inquieta
que caza panteras.

martes, 24 de septiembre de 2013

Mutuamente

El murmullo sosegado del aire
envolviendo dunas de metal
bañadas en petróleo;
crepitar de roces
sobre los pies del atardecer.

La hierba brama letras sin hilos
y dedos de blandas esperanzas
las recogen al primer vuelo.

Un niño sin lengua
rueda por el cielo
eclipsando la visión de las moscas
en su zumbido eterno;
ojos múltiples de rasgados párpados
acechan.

Tras la alfombra del deseo
se asquean amantes veteranos
en eso de dar portazos
a narices presurosas
por penetrar en pechos abiertos.

Las faldas susurran promesas estivales
al Sol,
y los charcos se hacen océanos
cuando les llueven sus besos.

Mutuo trueque de pulsos,
supervivencia recalcada
con luces en el firmamento.

Fugitivo

Lo abyecto de flotar sobre la hierba
ante ojos sellados por el hastío.

El vil desfile de los pájaros
frente a los barrotes que lloran
lágrimas fugitivas;
ríos sepultados,
cavernas profundas.

Las montañas encierran en sus garras
el irrompible sepulcro de honda serenidad
que poseen los tronos
-aún calientes-
con posaderas
no tan divinas.

Un canto recorre las venas:
aridez empapada
de aura eléctrica.

El planeta Tierra
es un círculo incesante
de puños que intentan
desmayarse sobre mesas ardientes.

Intento continuo
de escapada;
la sangre quiere hablar
en latidos rotundos.

Búsqueda de la herida
en la piel ajena;
disección de miradas
que no
regresan.

Fugitivos los árboles caducos
de las hojas reinas.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Demasiado invierno

La legitimidad de riego
de labios estivales
radica en la necesidad
de ser florecido
por elementos más incandescentes
que el propio Sol.
Un cuello enterrado en arena mojada
luchará siempre por el derecho
a ser escuchado
por las olas del mar.
Los ojos ciegos del cristal blindado
permanecen cerrados
para ocultar su fealdad
al resto de insectos que emigran
a pies
donde no ser pisados.
Las frentes hundidas del cielo
son habitadas por nubes desahuciadas
de su rincón inamovible;
ángeles sin alas
pasean por una corteza
de pan seco.
Hasta las hojas
(papeles sin palabras,
tierra yerma,
venas disecadas)
gritarán por despertar a la primavera
de su letargo demasiado prolongado.

[Suspiro]

Las manos cuelgan de los tendederos
como cabezas de pájaros guillotinados
sin ánima entre los costados;
cuelgan y bailan
la danza del viento:
fragancia eterna de la naturaleza.
Madre de agua que evoca
recuerdos de niñez en su garganta,
cauce dorado por multitud ajena;
un sueño en mitad del olvido
paso sin ecos que absorbe
espaldas encorvadas y sillas polvorientas.
Las manos cuelgan, se unen
en grito ahogado por el fuego;
ira de titanes que mana de roces
fundidos.
Amor: destrucción definitiva
de la materia.
[Efímero suspiro]

Visión

Vaso sin contenido
Al que recurrir en insomnio urgente.
Continentes sin humanos;
Insectos que devoran
sus propias heces.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Y entonces

Le crecen por dentro las uñas
para llegar antes al circuito eléctrico
de su interior dormido.

Un gruñido áspero,
como lenguas sin nombre,
se fragmenta en balbuceos
nacidos de ríos sin peces
a los que acariciar.

Las escaleras se inclinan
ante el vértigo que es pronunciar
la vida sin alas;
un salto
hacia el vientre
acechante
del vacío.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Látigos a nombre de...

Una cruz se invierte
sobre las llanuras de cal,
derramadas todas
por ojos sin retorno.
En los campos quemados
por el frío de voces acuchilladas,
habita el insomnio de soles
que no lloran ya.
Aún resplandecen las espadas
en la memoria de una paz
mermada por titiriteros
sin hilos que manejar.
Relinchan los caballos
con el retumbar de ecos embotellados
por manos alineadas
en saliva tóxica.
El discurso de Dios
hunde su frente interrumpido,
cuando los cascos
desatan la reacción
ante el ataque
contra las entrañas
de la Tierra.

Círculo

El ciclo de la sangre presenta su cisma
en el centro del
                      ser.
Nace de una lágrima:
oscura frente,
manos sesgadas,
pies rápidos.
Empapa conductos derribados
por el congelado toque de
                                      queda
con su cuerpo de bala
y su interminable
                        sed
de chasquidos.
El aleteo de sus labios
se posa en cada rincón adormecido,
despertando de su letargo
a búhos con ojos cerrados.
Una línea se tumba
sobre su estómago
                           encharcado
por travesías matutinas
entre el río y el océano:
es el
      infinito
con máscara de círculo
que recorre con sus yemas
los huesos de marfil tintados.
Un suspiro envuelve en su pañuelo
las sedas de arterías relucientes
y cuerpos rosados,
adentrándose en
                        caverna
como boca de lobo.
Una bujía sin engrasar
apoya su nuca en la roca
que es el pesar
o besar oscuridad.
Con sus pómulos convexos
la sangre acaricia su lomo,
otorgándole el poder
de rotar sin cesar.
El Sol se arrodilla absorto
ante las luces de sus ojos:
el
   lobo
posee un mundo
sobre sus hombros.
La muerte nunca
le pareció
tan dulce.

Esquivo

La pesada mano de la aurora
aplasta moscas con firmes
uñas afiladas.

Las moscas rehúsan arrodillarse
de pies a cuello
frente a la furia
sideral
de la carnes doradas.

Pieles que se amalgaman
con las palabras,
palabras que se reflejan
en pupilas a fuego y hielo.

Un enjambre de escombros
sepulta el pasado;
las alas de un pájaro
se desprenden de las plumas,
dejando solo músculos,
venas, huesos,
al descubierto.

Se desnudan las cabezas
y los sesos se sacan brillo
luchando contra la lluvia de arena
que amenaza con devorarles.

Las farolas se desestabilizan
con el tronar de los parpadeos atónitos
ante la sangre
que no deja de brotar.

Aceras semioscuras,
de sombras afiladas inundadas;
aceras temerosas,
de suelos y picos repletas;
aceras que silencian
las manecillas todopoderosas.

Las formas solo renacen
cuando consiguen esquivar
a la retina.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Crujir

Álgidos instantes dentro de nuestro ser,
Acechantes como espinas a los ojos,
Esperando el toque de voz
Que los haga combustionar.
Los rayos fragmentan las nubes
En porciones de filamentos
Repartidos por el vacío
De un estómago siempre hambriento.
En la cuna de manos machacadas
Explota la náusea
De látigos de cuero
Sobre pedazos de aureolas de carne.
Una sacudida bajo la espalda
Encierra
Mil plegarias;
A lo lejos,
Se oye un contador
Pero no de cuentos.

Estático

La metamorfosis del aire
En movimientos
Genera la acción
De los cuerpos.
Un hueso cae al vacío
De negro espesor humedecido
Por gargantas caninas.
La uva baila posada
En libélulas adormecidas
Entre bambalinas.
Una llama crepita
Al son de los gallos
Entre las cenizas
De amores pasados.
Sentado en la acera
El aire sufre de goteras;
Las manecillas se cancelan.

En canal

Los caminos se abren
en pieles muertas,
bocas sedientas,
polvo para beber.
La carne empuña el metal,
cortante como puntos finales,
hundiéndolo después
en ciervos recién nacidos.
Un gorrión intranquilo
ahogado en las cañerías
interrumpe el oxígeno para las ratas.
Gusanos blancos
y rosas de espinas retorcidas,
apuntan en la agenda:
"Desmenuzar retinas".
La sangre huye
por caminos abiertos en canal,
sin puntos ni comas,
que la salven.
En la costa
la espuma
es oscura.

Cambio

Una cadena de lenguas cortadas
se precipita por el cieno
abandonando la materia flexible
para cruzar los brazos
del frío cielo.
Los cefalópodos aprietan sus cuchillos
con las ganas de sus pupilas,
huevos podridos
en carne deshilachada.
Empalagosas son las cuchilladas
cuando se les aplican
dosis de máscaras agrietadas.
Reconforta oír al tren llegar,
las vías están ocupadas
tatuándose cruces y rayas.

Sacudida

Firmes se arrojan sobre ti
dalias de plomo
enfrascadas en sienes cosidas
al firmamento de olvido
con pestañas repletas de suspiros.
Se resquebrajan las medusas
en tus pies
cuando cruzas el cristal
de las miradas de hiel.
El golpe certero
de los labios
en los huesos.

martes, 17 de septiembre de 2013

Tú. Te. Tu. Ti

Podrías abarcar entre tus precipicios
el infierno de frentes que afrontan
el duro frote de dudas
poco fructíferas.
Chasquidos de cal que se consumen
por sílabas que sisean contoneos
de silbidos de ultratumba.
El epitafio de las monedas
al rozar las caricias de tus pies
sobre las lonas que sueñan
con peces de marfil.
Una cordillera de suaves curvas,
finitud en comisuras interrogantes
que disciernen entre caminos
oblicuos en anchura;
separación de brazos
provocada por un cuerpo a contra corriente.
Podrías
trabar
las trabas
con solo
carraspear
tu garganta.

Asiento

Retornar eternamente a la espiral
en blanco y negro;
amarillo en la retina,
cinematógrafos de sal.
Los rabos se contonean
por bocas náufragas,
galopando por el viento las palabras.
El amor hace a las miradas
sin fronteras;
el mimbre muerde mi carne.

Convexo

Pieles sin rastro de venas
que les nazcan de sus ojeras,
afiladas como garras de sable
apuntando a yugulares.

Pieles flácidas cosidas a borbotones
de sangre coagulada;
olas sin movimiento,
estática la tierra tras pisadas sin nombre.

Hojas psicópatas que asesinan orugas
en sus crisálidas de luz eclipsadas.

Todos los reflejos aprietan
entre sus dedos
el óxido del olvido
y lo clavan,
a quemarropa,
en costados en vilo.

Las charcas no tienen sapos
a los que aplastar,
la Luna está ciega
de tanto rodar por escaleras ajenas,
los tobillos se rompen
entonando el acorde pendular
de tangos bajo cuerdas flotantes.

La oscuridad se viste de gritos.
Los ecos
retumban
por costillas
huecas.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Cortante

Feroces bestias devoradoras
de tabúes cristalinos
son las palabras
cuando se les afilan las uñas.

Ignorancia

El sentido estricto de las apariencias
regenta en nucas huecas
sobre las cuales
reposa, verticalmente,
las espadas de la ignorancia.
Comisuras resquebrajadas a navajazos
de máscaras en madera
hayan abrigo contra el cielo abierto
en lanas de ovejas muertas.
Sola está la soledad
solo con un par
de hormigas
en sus piernas.

Sin retorno

Gira la peonza sobre su estómago
sin penetrar las leyes gravitatorias
o romper con círculos incongruentes.
Gira y se sume en las directrices
de manos sin tacto,
carnes sin piel.
Despellejadas, como conejos,
las esperanzas vueltas del revés.
Los grillos contemplan
la danza del pelo erizado,
suspensión de olvido
despojado de pies.
Gira la peonza
y el aire
no la ve.

Tierra de nadie

Desintegrar las deudas con abismos
es pretender cazar agujas
con tan solo pensarlas.
Tarea de colosos
aquella de recoger olivos muertos
entre el vaivén de espirales de humo.
Sin rostros están ya las estatuas.
No miran. Se dejan mirar.
El reloj marca medianoche.
Ningún gemido de placer
se pasea por los oídos de los muros.
Las uñas se adentran en tripas
temblorosas de pavor
y el frío hace mella
en las muecas del calor.
Los sentimientos
en peligro de extinción.
Parece ser que el cuco
insistió en consumirse
para no pisar
la misma tierra que los cadáveres.

A pesar de las cifras

Podrán etiquetar baldosas
y provocar temblores de cimientos.
Intentarán borrar las huellas
de sonrisas sinceras.
Querrán cortar labios
extinguiendo besos,
implantar despedidas
en lugar de abrazos,
aumentar lágrimas
y secar cosechas y sangre.
Pero jamás conseguirán
encarcelar nuestra esencia.


Marcas de agua sobre las voces
que van y vienen por el
ir y no quedarse
que habita en jaulas de cemento.
Por las líneas de cal
pasea en horizontal
la primavera vestida de largo,
huesuda y sin rumbo.
El claxon metálico brama,
el semáforo araña las nubes,
la paciencia se marchita en la tormenta.
Los filamentos de aire se precipitan
sobre cáscaras de cables
formando cruces de hierro
sobre espaldas con aguaceros.
Entretejidas las telas del hambre
en aceras escupidas
por taladros sin piedad;
ratas, magnates
controlan el pan.
La Luna huye de perros
con boinas blancas en los hocicos.
Tropiezan los árboles
con pastillas como cabezas cortadas,
ruedan las joyas
por ojos incrustados en pedrería.
Tacones-aguja
juegan al escondite
en el pecho despiadado
de los borrachos dorados,
los borrachos se adentran en carreras
de cifras y absenta.
Sumergen a la infancia
en el pozo eterno de la insidia.
Puñales como palabras,
palabras como licuadoras,
licuadoras que besan muros
diluidos en tristezas.
El gong marca el cisma sin núcleo:
un día precede idéntico al siguiente,
calcados en gris perla y a medida.
Una mosca verde y obesa
reposa en las heces de los banqueros
hechos de saliva
para después ir a parar
a sus orejas.
Marcas de agua,
de agua podrida,
arrastran las voces que retumban
en las fronteras alzadas
por pechos sin aliento.
Son el cobre y el papel
de colores sin filtro
los dueños de este aparente monopolio:
una tierra que excreta precios
pretendiendo convertir a todos
en prisioneros de la peste.
Pero un niño africano observa el cielo
y solo el rico
mira al dedo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Fusión cristal-aire

Y ella que se había
perdido,
         rodó con
                 su norte
                            por las escaleras
                                         de polos opuestos.
La brújula prendió en huracanes.
 

Chasquido

Las mejillas tienen mordiscos de noche
tejidos en sus carnes sangrantes.
Retazos de vagabundos
bañados en su propia orina.
Oniria volcada en las mieles
de carpas sin ojeras.
Sombras que despojan de ropajes
a los gatos sin uñas
que maúllan por ser tigres.
Insomnio reinante en los huesos
de frío estaño
sin caricias.
Las cortinas de alcohol
enmudecen la embriagadez
de los sentidos
y los dota de visión láser,
traspasando muros de memorias
cajones donde el polvo
es solo partícula.
Los rayos también ahogan
a las cenizas.

Fiebre

Los navíos podridos
van a recalar a tus cordilleras
con el enjambre de palabras enfrascadas
en tostadas razones para astillarte.
Un tumulto de escamas
se arrodilla ante tu torso
y las aves de paso
se estampan con los faros al contemplar
el hondo valle de tu barba.
Manos como puertas de aire
atravesadas por carreteras sin piedras
ni baches.
Las miradas duelen
cuando retornan desde tu cuerpo
hacia sus hogares
y se pierden por la nada
que permanece en las espinas dorsales
de ballenas ancladas al hastío.
El iris sangra lágrimas congeladas
en trigos polvorientos
y la pupila revienta
los pedestales de tus pies
cuando apuñalas corazones
con tus dientes.
El marfil se amalgama
con el olvido del ser.
El ser nada
por la sed
de eternidad.
Mueren las yemas de los dedos
por el ansia enfebrecida
de carne.

Sin rastro

La orilla del mar
es el surco de sangre
de las huellas solitarias.
Algas intoxicadas de negrura
evocan el moho de costillas desahuciadas
con el lánguido parloteo
de sus manos,
burbujas de sal.
Ojos de espuma,
pies de esparto,
palmas de manos
con indescifrables códigos.
La orilla del mar,
asesina de mercurio y oxígeno.

Puñal en la herida

El exacto punto
donde dos miradas colisionan
concuerda con el gemido de mariposas
enterradas en tripas olvidadas
bajo la arena del tiempo
y, por consiguiente,
la repulsa de cuencas sin ojos
con cementerios de insectos
en sus estómagos.

Gravedad

Tiene un tragaluz en las sienes
por el cual las anémonas petrificadas
se le escapan en cada zarpazo
de existencia absurda.
Sus ojos son infinito rotundo
bajo marea de círculos apretados
contra toda rutina.
El reloj de pared cuelga de su espalda
haciendo de su cuerpo
una aguja en ruinas que clama
por vibrar al llegar al éxtasis
de las horas conjuntas.
Lengua de espigas que rebosa cánceres,
bombas de sangre a peso de plomo
en el borde mismo de la explosión,
conquistan una boca sin dientes
caverna podada de soles.
Piernas como raíces herméticas
con jaulas sin pájaros:
ni la ausencia contiene ya.
Grilletes en párpados oxidados
de velas sin noches
y camas arrojadas por ventanas
huérfanas de vistas.
Y sus manos,
alas como muñones de amarillas lágrimas,
inician el despoje de almas
para que la gravedad
permita que el péndulo de sombra
las arrope en llamas.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Antítesis

Ayer mismo creí
en un mañana
que fuera el grito de hoy.

Reminiscencia perpetua
de los ecos
de manos sordas
que una vez
fueron águilas
de gloria.

Aparente

Las palabras sintéticas fingen
ser incrustaciones en metal incandescente
cuando lloro sonrisas por los dientes
y se arrojan por mis precipicios
temblores de cascadas sesgadas.

Arde

Te deshaces en cielos entretejidos,
licor de labios mojados,
por alambres de redondas esperanzas.

Rodando por pendientes de carne
te enredas como el abandono a las espaldas
y tu cuerpo gira
con el crepitar de los troncos y el viento.

Navegan los barcos por tus pupilas
mientras las dagas escupen sus finales
al reflejarse en tu iris de eléctricas mareas.

Eres luz de todas las sombras,
espejo de glorias,
ensueño de rejas,
susurrar de lemas sobre hombros
en ruina.

Con tus manos fuertes
de gigante sin molinos
riegas los muslos de azul
prendido en amaneceres
sin caducidad ni calendario.

Lo aparente se desnuda
l e n t a m e n t e
dejando volar sus ropas
junto al aire en combustión
que mana de tus bocas.

Te rehaces en cada verso.

Te naces en cada estrofa.

Te haces poema.

Tinta imborrable
que deambula
arrítmicamente
por las venas.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Voraz

Se rompen las miradas
cada vez que las esquinas se desdoblan
intentando huir a lomos de escaleras
que no saben hacia donde bailan.

Cuando los abrazos son tierra de nadie
y los fuegos se consumen
con el suspiro de golondrinas enfermas,
bisontes en celo penetran
en las calles de la niñez
buscando hadas dormidas
para despedazarlas en retales
sin horizontes.

Arrugada en mil hojas secas
la primavera aguarda hambrienta
en las maletas,
hasta que sea tocada
-sin anillos-
su nariz presurosa
con yemas de pez
que nada por ver.

Se rompen las miradas
y los besos de escarcha
con el crujir de perfiles sin sombra
sobre el surco de muslos
ausentes.

Cristales que se suicidan
por el precipicio de sienes,
espuma amarilla
que mana de pupilas de hiel.

Asfalto en los pulmones
de niños sin gargantas,
hálito incorpóreo de reflejos quebrados.

Las esquinas que se desdoblan
se ríen a carcajadas,
clavando dardos efervescentes
en tobillos
mientras las huellas se doran
con el rubor de la sangre recién nacida.

Bajo el manto de un camino
que se cierne sobre sí mismo,
la infancia apuñala
costados de hierro
soñando hacer suyo el verano
y robar zapatos enjaulados
en plena aridez de cieno.

Un intento de bajar el cielo
al infierno
se dibuja en comisuras
como paréntesis
conscientes
de nuevo asalto.

Las fauces del Lobo,
a veces,
no son tan oscuras
como las del Hombre.